
El Tema de la inmigración en la República Dominicana es de los más debatidos y que mayor preocupación genera en la población, principalmente cuando se refiere a la abusada, descontrolada y desafiante inmigración ilegal de nacionales haitianos.
Durante la visita hace unos dos años de los estudiantes, y profesores del Colegio Interamericanos de Defensa de los Estados Unidos, se realizó en la secretaria de las Fuerzas Armadas un encuentro intercambio, con el de Altos Estudios Estratégicos de las Fuerzas Armadas de la República Dominicana.
Militares, y estudiantes de varias naciones trataron este tema cada uno desde puntos de vistas diferentes uno muy acertados y otros distantes.
El doctor Ricardo Nieve Estudiante de Altos Estudios, realizó una ponencia sobre el tema de la inmigración, que debo confesar que aun me encuentro emocionado, no solo por la forma inteligente, acertada, objetiva y transparente que lo hizo sino porque retrató de forma brillante un problema que los dominicanos cargamos en hombros, que en cualquier momento nos puede hacer caer estrepitosamente, ya que el pesos se está haciendo cada día más insoportable, mientras que los gobierno que se han ido turnando de forma irresponsables, con las principales potencias ligadas a este tema , sencillamente no hacen nada.
La Inmigración Ilegal en la República Dominicana, Una reflexión preocupante
Autor. Dr. Ricardo de la Cruz Nieves
Señoras y Señores:
Ninguna cultura, nación o religión tiene el monopolio del conocimiento o de la verdad. Nadie ama a su pueblo porque sea grande, sino, y sobre manera, porque es suyo. La primera reflexión corresponde al Premio Nóbel Imre Kertesz, la segunda apostilla se desprende del estro universal de un ciudadano inmenso: José Martí.
Dos pensamientos diametralmente lejanos, dos almas temporalmente distantes; un marco histórico inmenso los separa, sin embargo, el componente primario de ambos juicios se extienden en el tiempo, mas allá de toda frontera, y guardan, a modo de sentencia, el rango histórico de lo irrefutable. La misión del analista del fenómeno histórico-social es levantar, por encima de subjetividades y particularismos reductibles, el fardo gravitante e incomodo del criterio racional y, la siempre inextinguible, la antorcha del compromiso ético-moral.
La objetividad es un poroso instrumento, una fiera (casi indomable) para el intérprete y el investigador social. Empero, una vez dominada y liberada de sus espíritus belicosos, nos permite, a buen recaudo, allanar su camino encabritado y desafiante. De ahí que toda reflexión sea un acto de provocación al optimismo. Una gota mesurada en equilibrio con la verdad y el compromiso. Ventana abierta a la comprensión, sin contaminación del odio, prejuicio ni egoísmo.
Honrados de pertenecer a esta Escuela de Graduados de Altos Estudios (EGAE) y de su programa de “Maestría en Defensa y Seguridad Nacional” nos proponemos reflexionar sobre un fenómeno global que, al decir de Kertesz, ha provocado una “Catatimia” histórica (un proceso distorsionantes que deforma la experiencia y las situaciones con arreglo al que le conviene, de acuerdo a sus convicciones e ideales. Ese hurto de la verdad, esa sustracción de la objetividad, impidiendo una valoración holístoca y visceral de la migración como fenómeno humano, inescindible del ser social, nos ha empujado, mucho más en el caso dominicano, a una discusión fantástica de la historia y lo peor, a su lectura desdibujada del contexto y a un tratamiento banal o, cuando menos, metafórico de su complejidad y de sus impactos inocultables.
El serio problema de la migración (desrregulada e ilegal) hace diana en el Estado Nacional que, por los aires ralentizados de ser Estado periférico, empobrecido e insular, se expresa en un intrincado y multisémico fenómeno socio-político, económico y cultural que obliga (hoy, ahora, ya!) establecer con vasta claridad lo que, por sus desbordantes implicaciones, amerita un replanteamiento general, de un nuevo tratamiento y estrategia global-local; por ello, aunque vetusto, hemos buscado el sentido y la esencia del pensamiento del José Martí universal, hoy que los vocablos “mió” “tuyo” “suyo”, “nuestro” se desdoblan, y a veces caen abatidos por la fuerza inconmensurable de un nuevo paradigma y de un emergerte lenguaje universal: la gramática del poder transnacional consolidado, la fuerza del mercado global que fractura fronteras, que intenta borrar identidades, arrincona soberanías y culturas, y, en muchos casos, desdibuja la noción de lo que hasta hace poco concebíamos bajo la conciencia de: Estado, Soberanía, Ciudadanía y Poder Nacional.
En ese ensortijado ecumenismo que capitanea el poder del mercado global, la periferia (y sub-periferia) contempla estupefacta la incapacidad cada vez mas creciente de levantar banderas en un terreno movedizo que entierra valores y socava, en los Estados, la cohesión social, vale decir, los pilares de las potestades nacionales.
¿Hasta dónde es racionalmente concebible, la pervivencia de un Estado Nacional que ya no es dueño de sus fronteras ni de su “capital cultural” (P.Boudrieau). La República Dominicana, espacio territorial diminuto, un pequeño promontorio del Caribe Antillano (48,442 Km2), el cual, no obstante su envidiable (aunque ya deteriorado) ecosistema natural y su apetecible ubicación geopolítica, atraviesa por el “trípode migratorio” que caracteriza los desplazamientos humanos, ahora acelerados por los ribetes de la postmodernidad; a saber: somos país emisor de migrantes (hacia E.U., Puerto Rico, España, etc. ), país puente (de cubanos, asiáticos, chinos… ) y también somos país receptor (principalmente de haitianos, cubanos, europeos, y asiáticos…) (Klinger P.2007). El problema mayor radica en la fragilidad institucional, la difusa normativa legal y las debilidades propias de Estado periférico y carencial, que colocan nuestro país a las puertas de una difícil y desconfigurada realidad jurídico-política y social.
¿Hasta dónde puede soportar nuestro país la presión demográfica que imprime un desplazamiento con las características de ser permanente, sostenido, desrregulado, distorcionado y sin controles de su horizontalidad?
No tenemos las respuestas, pero nos asaltan innumerables y entreveradas incertidumbres. ¿Quién osa en dar respuestas a una situación que escapa de su dominio?
Afincada la preocupación en estos eslabones de la cadena migratoria, sería razonable considerar y preguntarse: ¿ cual es la ecuación resultante de una nación, como la nuestra expuesta al impulso de olas migratorias, las fugadas, en nuestra calidad de república emisora, y de aquellas que ilícitamente se asientan, sin control de ingreso ni coordinación definida, en nuestra condición (simultánea) de país destino?
En efecto, la base jurídica que acoge los discordantes elementos de: Soberanía, Nacionalidad y Ciudadanía, se ve estremecida a diario y con ellas los pilares del poder nacional, en la medida que un caleidoscopio de interpretaciones (condicionadas y a veces fetichistas) de las leyes, conlleva sumar mas dudas, ambigüedades y mas vacíos legales… Un examen prudente a los artículos 11, 12 y 37 de la Constitución Dominicana, suple en gran medida las disonancias que tienden a quebrantar el armazón legal nuestro en el tema migratorio. De igual magnitud resultaría una exégesis comedida a la Ley 285-04 (art. del 22 al 28 y 36) sobre migración general y los espinosos criterios de “transitoriedad”, así como la variable “libro de extranjería” (JCE 14-6-007) y el ámbito sagrado de los Derechos Fundamentales de todos aquellos extranjeros en la Rep. Dom. Pero es en esta especie, precisamente, donde se evidencia el pandemoniun exegético que hoy matiza a la cultura jurídica nacional frente a la cuestión migratoria: la dispersión heterogénea y la prevalencia de la bruma legal y los intereses, internos y externos, en un balotaje enmarañado en contra de nuestro país.
El enfoque de los impactos (positivos y negativos) que reproduce la inmigración ilegal nuestra nación requiere de una justa ponderación, de un elevado espíritu de sabiduría, tolerancia y valor, virtudes que en muchas ocasiones no han ido de la mano (institucional) de los rectores primarios de poder nacional. Esto así, en razón de las múltiples manifestaciones de autismo político, ceguera social y pésima percepción de los objetivos y los intereses nacionales, y también por el tratamiento esquivo, o utilitarista, que ha recibido tan paradójico tema en la agenda política y estratégica nacional. No se trata de la creación ilusoria de un “escenario de pureza” para explicar la dominicanidad, esa aventura espiritual que, a pesar de todo, todavía convoca y se explaya a la posterioridad (L. Mateo, 2004). La preocupación, por nuestra parte, viene dada en torno a la coyunda histórica, nudo que une y separa a la vez, al amparo de un modelo de desarrollo social y político que en nuestro caso dificulta el significado de la palabra tolerancia, en la comprensión de su matriz original y en su eximia condición de capacidad estar libre de todo prejuicio y dogma, para y frente al “otro”. La tolerancia es un valor conglobante, de doble vía y, en el caso de política migratoria, la aceptación equitativa de responsabilidades compartidas.
Por otra parte, nuestro entorno no debe taparse los ojos para no ver el espejo de la realidad. Pues, es un hecho, visible e insoslayable (a titulo de ejemplo): la inmigración ilegal haitiana se corresponde con el modelo económico y social en la R.D (auge de los servicios e informalidad). Pero es también incontrovertible que la mayoría de estos inmigrantes, cuando son integrados a las empresas formales, muchas de ellas tienden a “informalizar el trabajo de esos empobrecidos trabajadores” (Silié, R. 2003). Esto origina conflictos legales y controversias internas e internacionales. En todo caso y en ésta escaramuza de doble empeño, los empresarios dominicanos que así juegan colocan al Estado en una discutida situación legal: mientras ellos adquieren ganancias, el Estado pierde fuerza moral y prestigio público.
Un retrato hablado de lo expuesto, para ilustrar este simbolismo maniqueo, lo tomamos prestado de las palabras célebres del suizo Max Frisch: “necesitábamos mano de obra y llegaron seres humanos”….
La inmigración hoy, no responde a un acuerdo oficial (azucarero) como antes, sino que está sujeta al mercado de trabajo, que no al estatuto del Estado “contratante”.Un mercado distorsionado y poco ordenado dicta las normas de su inserción (Siliè R. 2003). La mano de obra haitiana requiere de un trato digno y de un control y regulación incuestionables.
Nuestra frontera.
Lo que naufragua hoy no son las fronteras como tal, estas continuarán, o más bien, algunas lograran sobreponerse y sobrevivir al temporal global, las que resienten y muestran fisuras son las comunidades, empujadas y a veces arrinconadas (en base a poderes y transnacionales). Por la “licuefacción” que nos trae la última modernidad (Giddens; Baumann 1995). Si bien las fronteras no deberían haber existido jamás, en obstinada fluctuación y vaivenes de la historia se levantan, como un cordón (de algodón o de acero) que marca los rostros y las espaldas geográficas de los pueblos, allá y acá… Nuestra frontera es una herida y una sutura histórica que dejó el paso ardiente de la pisada colonial, en un momento de negación antropológica, hija del contubernio y de la bastarda lujuria del comercio, las convenciones y la irracional mirada de la alteridad (medieval)... “el otro solo tiene valor si es mi igual”…
Nuestra nación es sumamente tolerante, quizás por ese variopinto y sincrético cultivo genético, riqueza multiétnica que desafió a la historia y hace de ésta Nación un crisol de vida y respeto por la diversidad. La intolerancia que por momentos asoma en algunos lugares de la civilización, entraña lo social y lo cultural; la utilización degradante del “otro” como objeto de dominio político y económico, y a nadie en su sano juicio le cabe semejante idea del pensar dominicano, como expresión de la generalidad.
Existe un significado y significante emocional y cognoscitivo del ser nacional (dominicano), un sustrato o elemento del resabio histórico de las devastaciones de Osorio (1605-1606) o del tratado de Riswick (1647), de los tratados de Aranjuez (1777), Basilea (1795), o de cualquier otra coyuntura histórico-imperial de la geopolítica occidental. La tolerancia, el amor, la solidaridad de nosotros los dominicanos, es el sello, la impronta imperecedera de la dominicanidad, un filón identitario, medio-insular, tallado a golpes y cantos del cincel y de los vientos que han dejado estas huellas, ¡el Alma Nacional!
Creemos y elevamos la dominicanidad, jamás como un comportamiento aislado del imaginario cultural, atada a los rigores de un proceso del que, a veces, no somos dueños legítimos. Abogamos por la mismidad que no daña; por la biografía de un ser colectivo de la historia, levantada y reconstruida de mil formas y maneras humanas y de leyendas heroicas, asimiladas en este rincón del universo que, desde sí mismo, y de tiempos inmemoriales se ha ido fraguando entre herida y cicatrices de batallas memorables en favor de la vida, la libertad, la dignidad, episodios que están por encima de cualquier reflejo dubitativo sobre nuestra ajetreada identidad.
Finalmente, la crisis que vive Haití es una vergüenza histórica para Occidente Cardoso, F20007),más grande para nuestro hemisferio. Es el resultado terrible de una explotación sin nombre, la humillación y el avasallamiento que prohijó el colonialismo y la peor tragedia sociopolítica, económica del presente, una debilidad que ante los ojos de la humanidad vivimos, sentimos, y compartimos los dominicanos como Pueblo, Estado y Nación. Aunque deberá entenderse que nuestra capacidad es convincentemente limitada...
Somos y seremos dos pueblos hermanados, geográfica y humanamente; eternamente vinculados en este accidentado tránsito de nuestras vidas, conviviendo en sendos espacios, heredados por esta cicatriz añeja de 380km de longitud. Dos identidades tejidas y configuradas en ambos lados de la isla, frente al desafío de un destino común: el compromiso de seguir viviendo en solidaridad, armonía y respeto recíproco, la esperanza compartida de engrandecer nuestros pueblos y lograr, por igual, la felicidad de dos Patrias que apuestan al porvenir.
Para colofonear, hemos querido levantar una mirada crítica y honesta de cara a la inmigración haitiana a nuestro país. Culminamos en una síntesis que a nuestro juicio sintetizan cuatros vocablos imperativos, categóricos, necesarios:
Una palabra exterior: comprensión, Una palabra humana: ¿tolerancia? Una palabra técnico- jurídica: regulación, Una palabra política: obligación! Dios les Bendiga a todos y todas
Muchas Gracias!