El Leño Pinto Digital
De mi bitácora (1994)
Comando naval en el mar
Por Homero Luis Lajara Solá
A mi regreso de Newport, tras un año fuera del país, con mi hija de apenas seis meses en brazos, fui designado comandante del guardacostas GC-107, surto en la bahía de Manzanillo. Con la familia aún sin establecerse, aquel nombramiento me inquietó.
Consulté entonces con mi padre. Me escuchó con atención y, sonriente, me dijo:
—Te envidio.
Le expliqué que mi vida familiar no estaba organizada, que con una hija tan pequeña habría preferido tener todo en orden antes de ir tan lejos. Su respuesta fue inmediata. Cambió el gesto y fue directo:
—Si tú quieres ser un oficial para que la institución se acomode a ti, entonces sé uno del montón. Ya sabrás lo que eso significa.
Luego añadió, con la serenidad de quien vivió la carrera sin concesiones, que ningún estudio en el extranjero valía algo si no se preservaba el espíritu militar, ese que exige sacrificios. ¡Que cumpliera con mi deber!
Me deseó éxitos en el comando y volvió a decirme —sin ironía— que me envidiaba porque no hay nada más digno en la carrera naval que comandar un barco.
En ese instante retomé el rumbo correcto. A los pocos días estaba en altamar, cumpliendo lo que correspondía en las operaciones del embargo a Haití.
Dos meses después, en una patrulla cerca de Punta Presidente, en plena oscuridad, interceptamos un pequeño remolcador que arrastraba noventa tanques de combustible de cincuenta y cinco galones cada uno.
Ese decomiso fortaleció el embargo. El presidente de la República fue felicitado por el Gobierno de los Estados Unidos, y el secretario de Estado de las Fuerzas Armadas viajó a Manzanillo para felicitarme personalmente y comunicarme que me necesitaba como su ayudante en la Secretaría.
El resto es historia.


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