El Leño Pinto Digital
CÁPSULA NAVAL
Por Homero Luis Lajara Solá
Una condecoración no es un recurso mercadológico ni un trofeo de simpatías.
Su esencia es institucional, no personal.
Desde la Antigüedad, cuando se entregaban coronas de laurel en Roma o ramas de olivo en Grecia, hasta las órdenes de caballería medievales y las medallas modernas, el fin siempre fue el mismo: reconocer el mérito y el servicio excepcional.
En la mar de la vida militar, cada insignia es un faro de honor que ilumina el camino de los que vienen detrás.
Su misión es recompensar la valentía, la disciplina y la abnegación; elevar la moral de la tripulación; y dejar un testimonio público de lo que la institución valora como ejemplo.
Cuando la distinción se otorga sin merecimiento—y más en el ámbito militar— el timón se desvía, la brújula de la justicia se desajusta y se instala un “aroma tóxico” que hiere la racionalidad y el respeto.
Pero cuando se entrega a quien realmente lo merece, la nave mantiene su derrota firme y se refuerza la confianza en la cadena de mando.
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