Bitácora del carácter silencioso

El Leño Pinto Digital

La historia ha sido escrita por quienes supieron gobernarse a sí mismos antes de mandar a otros.

Cápsula naval 

 

Por Homero Luis Lajara Solá 

 

Hay momentos en la vida naval —y en la vida del alma— donde el timón no obedece fácilmente, donde el horizonte se nubla y las voces externas pretenden imponerse sobre la conciencia del deber. 

Es ahí, en esa hora incierta, cuando las palabras de Rudyard Kipling resuenan como campana en niebla cerrada:

“Si puedes mantener la cabeza cuando todos a tu alrededor la han perdido… serás un hombre, hijo mío.”

Ese “ser un hombre” no es una concesión del poder ni una condecoración del sistema. 

Es una forma de mando interior, una estampa que no depende del uniforme, sino de la templanza. 

Es la madurez del espíritu que, aún herido, se niega a odiar; que, aún cansado, no abdica; que, aún solo, no se rinde.

Kipling no escribía para cobardes ni para arribistas. 

Su poema es brújula para quienes deciden navegar recto, sin atajos, sin dobleces, sin pactos con lo inconfesable.

Quien se atreve a soñar, pero no se deja dominar por el sueño; quien piensa, pero no adora su propia lógica; quien pierde todo y aun así se alza a reconstruir con las herramientas que le quedan, ese ha comprendido el arte del mando verdadero.

En la Armada —como en la vida— sobran los que viven de los apegos y faltan los que inspiran.

Por eso, recordemos hoy que el verdadero comandante no necesita testigos para hacer lo correcto. 

La historia ha sido escrita por quienes supieron gobernarse a sí mismos antes de mandar a otros.

Porque la autoridad moral, como el honor naval, no se decreta: se navega. Y se honra con cada decisión.