El Leño Pinto Digital
Invertir en poder naval no es un gasto: es asegurar que las rutas comerciales, los recursos marinos y la paz social naveguen bajo pabellón seguro.
Cápsula naval
Por Homero Luis Lajara Solá
En la mar la presencia armada del Estado no es un lujo: es la quilla que sostiene la autoridad.
Cuando un guardacostas rápido, diseñado y artillado para interceptar cargamentos ilícitos, se degrada a funciones secundarias o se despoja de su armamento, el canal queda abierto para que el delito —en especial el narcotráfico—navegue sin oposición.
Así ocurrió recientemente en un país hermano: guardacostas de alta velocidad, equipados para misiones críticas, fueron desarmados y reasignados a tareas menores.
Resultado: menor presencia disuasoria, menor capacidad de respuesta y una marea favorable para contrabandistas y narcotraficantes.
En contraste, la decisión del Gobierno dominicano de adquirir nuevas unidades navales patrulleras y guardacostas armados es una maniobra estratégica que fortalece la línea de flotación de nuestra defensa marítima.
Cada casco nuevo es un vigía más en el horizonte; cada máquina encendida, un nudo ganado contra las redes criminales; cada tripulación entrenada, un ancla firme para la soberanía.
Invertir en poder naval no es un gasto: es asegurar que las rutas comerciales, los recursos marinos y la paz social naveguen bajo pabellón seguro.
Hoy, reforzado la fuerza naval, la proa apunta al rumbo correcto, y en la mar, eso lo es todo.
Ojo avizor, República Dominicana.
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