El Leño Pinto Digital
Quien viste el uniforme se consagra a servir, y su altar es la patria; su liturgia, la disciplina; su oración, el cumplimiento del deber.
Cápsula Naval
Por Homero Luis Lajara Solá
La milicia es, en su esencia más pura, una forma de sacerdocio: un compromiso de vida que exige vocación, sacrificio y lealtad inquebrantable.
Quien viste el uniforme se consagra a servir, y su altar es la patria; su liturgia, la disciplina; su oración, el cumplimiento del deber.
En el mar institucional, la disciplina es la quilla que da estabilidad al casco, y el deber, el faro que orienta el rumbo aun en las noches más oscuras.
La cadena de mando, como mástil firme, sostiene la vela mayor que impulsa la nave; sin ella, la dotación perdería cohesión y la embarcación quedaría a la deriva.
Desde el instante en que un marino recibe la guardia, debe conocer con claridad la carta de navegación: las responsabilidades asumidas, el compromiso con la nave, con la institución y con la Nación.
Este derrotero no se traza por favoritismos ni emociones pasajeras, sino por méritos, experiencia y rectitud.
Cumplir la ley no implica rigidez vacía, sino ejercer el mando con integridad y coherencia, evitando que surjan averías morales que comprometan la flotabilidad institucional.
Un timonel que gobierna con principios preserva la paz a bordo y en puerto, asegurando que la República navegue con la proa firme hacia mares de progreso.
Porque, aun cuando el ciudadano común no siempre lo comprenda, la defensa y la seguridad nacional son empresas sagradas, sustentadas en la unión de principios, deberes y responsabilidades que, bien cumplidos, mantienen a nuestra Nación navegando en calma y con honor.
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