Hoy, 187 años después, el barco nacional sufre el oleaje de las corrientes del individualismo, el desinterés por la historia y la corrupción de ideales.
Cápsula Naval Por: Homero Luis Lajara Solá
El 16 de julio de 1838, Juan Pablo Duarte y un puñado de valientes izaron un pabellón invisible: fundaron La Trinitaria. Como buenos timoneles, vieron más allá del oleaje inmediato y trazaron rumbo a la independencia.
Duarte, con apenas 25 años, entendió que la patria no era solo tierra firme, sino un proyecto espiritual y moral que requería disciplina, fe y sacrificio.
Bajo la ocupación haitiana, su visión fue clara: ningún pueblo puede navegar en libertad si otro le impone su timón y borra su idioma y cultura.
Hoy, 187 años después, el barco nacional sufre el oleaje de las corrientes del individualismo, el desinterés por la historia y la corrupción de ideales.
Muchos repiten fechas sin conocer la carta náutica de Duarte, ni el valor que sostuvo a esos hombres que, sin Estado ni recursos, trazaron el derrotero de la República.
El patricio no promovió odio, pero sí defendió la soberanía con firmeza y visión estratégica, como un capitán que cuida su nave.
Exigiría fronteras seguras, instituciones funcionales y tripulaciones unidas por valores, no por intereses.
Recordar La Trinitaria no es abarloarse al pasado; es ajustar las velas de nuestro presente para no naufragar como nación.
Porque la patria, como el mar, no perdona a los que olvidan su esencia ni a los que sueltan el timón en la tormenta.
Solo los tripulantes con disciplina, honor y amor a la patria son dignos de llevar su estandarte en el mástil más alto.
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