CÁPSULA NAVAL
Por Homero Luis Lajara sola
La Batalla de Midway, librada del 4 al 7 de junio de 1942, marcó un punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial en el teatro del Pacífico.
Se enfrentaron las fuerzas navales del Imperio del Japón y los Estados Unidos de América.
Ambas flotas enviaron sus mejores unidades: Japón desplegó cuatro portaaviones; Estados Unidos, tres. Fue una batalla de inteligencia, aviación y coraje, donde la superioridad japonesa sufrió su primer y decisivo revés.
Uno de los episodios más conmovedores de aquella batalla ocurrió a bordo del portaaviones japonés Hiryū, cuando, envuelto en llamas y sin posibilidad de salvación, el vicealmirante Tamon Yamaguchi rehusó ser evacuado.
Permaneció en el puente junto al comandante del buque, y antes de morir pronunció palabras que aún resuenan como faro moral en la conciencia de todo oficial:
“Compartiré el destino de mi buque.”
No fue teatralidad. Fue convicción. Porque en el mar, la autoridad se puede delegar, pero la responsabilidad jamás.
El mando, como el timón, no se suelta cuando hay oleaje, sino que se afirma con más fuerza. Y no se abandona, salvo cuando se es debidamente relevado. Esa es la ética del puente de mando.
El comandante no busca culpables. No se esconde. Decide. Asume. Y si es preciso, se hunde con honor.
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