El Leño Pinto Digital
En tiempos de marejadas políticas o institucionales, no conviene hacerse el valiente imprudente ni el prudente pusilánime.
Cápsula Naval
Por Homero Luis Lajara Solá
En toda nave de guerra, el puente de mando está más expuesto al impacto que la bodega.
Así también ocurre en la vida institucional: mientras más cerca se está del poder, más cerca se está del fuego.
Ciertas destituciones en la Armada lo confirman con claridad de bengala nocturna.
Y aunque cada caso tiene su particularidad, hay una lección que todo oficial debe grabarse con firmeza en su bitácora personal: navegar cerca del almirantazgo exige más prudencia, no menos.
No se trata de temerle al mando, sino de entender su temperatura.
La caldera del poder quema a quienes se acercan sin casco moral ni brújula ética.
Y aunque el oficial de mar está formado para obedecer sin vacilación, también debe saber cuándo hablar con respeto y cuándo callar con dignidad.
En tiempos de marejadas políticas o institucionales, no conviene hacerse el valiente imprudente ni el prudente pusilánime.
Hay que ser como el vigía del palo mayor: observar sin alarmismo, alertar sin escándalo, y mantenerse firme sin perder el horizonte del deber.
Como en la leyenda de los navíos de línea del siglo XVIII, donde el que iba a estribor del almirante sabía que sería el primero en entrar en combate, así también hoy, quienes están en primera fila deben estar listos para recibir el impacto… o saber retirarse con honor antes de arder con el casco.
La prudencia no es cobardía. Es el arte de mantenerse a flote cuando otros naufragan por hablar de más, o por no hablar cuando debieron.
Recordemos siempre: el mar respeta al que no improvisa. Y el mando, al que navega con templanza y rectitud.
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