miércoles, 25 de junio de 2025

Obediencia, mando y conciencia



El Leño Pinto Digital

Cuando un oficial se da cuenta de que una orden pone en peligro el uniforme, la ética o la legalidad, tiene una última señal de dignidad: pedir su relevo o su retiro. 



Cápsula Naval 



Por Homero Luis Lajara Solá 

En la vida naval, la obediencia no es una opción: es el ancla del orden. Pero el mando —cuando toca ejercerlo— exige algo más que mandar a cumplir: exige saber hacia dónde se conduce el navío.

Esta reflexión va dirigida a los mandos del momento y a quienes un día serán llamados a llevar estrellas con responsabilidad.

 Porque mientras se es subalterno, el deber es cumplir órdenes sin deliberar, como lo exige la naturaleza apolítica y no deliberante de nuestras Fuerzas Armadas.

 Sin embargo, también es cierto que la historia está llena de ejemplos donde la obediencia ciega terminó llevando a hombres correctos a rutas equivocadas.

La filósofa Hannah Arendt, al analizar el juicio de un oficial nazi que simplemente “cumplía órdenes”, acuñó una advertencia: la banalidad del mal. No era un monstruo, solo un funcionario mediocre que nunca se atrevió a pensar. 

Su error no fue desobedecer, sino no haber sabido cuándo retirarse a tiempo con honor, antes de ser parte de un naufragio moral.

Por eso, esta cápsula no incita a la insubordinación. Al contrario, reafirma la obediencia dentro del marco de la ley y del honor. 

La misma  recuerda a los que hoy comandan —o lo harán mañana— que no basta con saber dar órdenes; hay que saber cuándo no comprometer la dignidad propia ni la de los hombres bajo su mando.

Cuando un oficial se da cuenta de que una orden pone en peligro el uniforme, la ética o la legalidad, tiene una última señal de dignidad: pedir su relevo o su retiro. 

Eso no es debilidad. Es irse por la puerta grande, conservando el respeto del que se aparta del timón antes de colisionar  la nave.

No todos están preparados para recibir esta reflexión, lo sabemos. 

Por eso se transmite con la mejor buena fe,  como el viento en calma que apenas infla las velas: sin estridencias, de forma dosificada y a la velocidad que permite la marea de cada conciencia. 

Pero es parte del deber del mando: no solo dirigir la nave a puerto, sino no perder el alma en la travesía.

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