La disuasión, escudo de la paz

Disuadir, en términos navales, es custodiar sin agredir, es imponerse sin humillar, es recordarle al adversario —sin necesidad de disparar una salva— que tras el silencio del cañón yace la determinación de la patria.

El Leño Pinto Digital

Cápsula naval 

Por Homero Luis Lajara Solá 

 

En los mares de la historia, donde las naciones se juegan su destino, la disuasión no es una amenaza, es una presencia. 

No se necesita disparar para vencer ni vociferar para que la disuasión sea respetada.

Su fuerza radica en la solemnidad de su estampa, en la mística que envuelve al acero del deber, en la tradición que la respalda y en la doctrina que la orienta.

Como un navío de línea que se presenta en silencio en la rada de una ciudad rebelde, basta su silueta recortada en el horizonte para sembrar reflexión en lugar de pólvora.

El poder naval disuasivo no es espectáculo; es liturgia.

Es el velamen desplegado con dignidad, la arboladura firme que no se inclina ante el viento político y la mirada del oficial que comprende que el respeto no se exige, se inspira.

Disuadir, en términos navales, es custodiar sin agredir, es imponerse sin humillar, es recordarle al adversario —sin necesidad de disparar una salva— que tras el silencio del cañón yace la determinación de la patria.

Así lo demostró en 1844 el almirante Juan Bautista Cambiaso, primer comandante de la Armada Dominicana, cuando una flota inglesa cruzó frente al buque nacional —improvisado para la guerra, pero enarbolando con firmeza la insignia de almirante en su palo mayor— sin rendir los honores debidos.

Cambiaso no titubeó: envió un mensajero a la escuadra británica con una nota clara y cortés, advirtiendo que, de no cumplirse el protocolo naval, tendría el honor de irse a pique con su barco antes que permitir una afrenta a la naciente República.

El mensaje surtió efecto: el comandante inglés rectificó y saludó con honores al pabellón dominicano.

Porque la verdadera disuasión no se mide en tonelaje ni artillería, sino en carácter, temple y la decisión irrevocable de defender la dignidad nacional hasta las últimas consecuencias.