jueves, 17 de abril de 2025

Crusoe, navegante del deber



¿Y cuántos veteranos han perdido la brújula, olvidando que el ejemplo, como el faro, no grita… solo ilumina?

El Leño Pinto Digital



Cápsula Naval 
 

 Por Homero Luis Lajara Solá 

En la tradición marinera del Caribe, donde la República Dominicana se alza como proa de civilización en medio del oleaje, la historia de Robinson Crusoe escrita por Daniel Defoe resuena con fuerza insospechada. Porque somos isla, sí, pero también somos destino.
 
Crusoe no solo naufragó en el océano, naufragó en sus decisiones, como muchos hombres que parten sin medir el viento ni leer el cielo. 
 
Pero fue el mar quien lo corrigió. Y en la soledad de una isla desconocida —como muchas de las nuestras, con playas tan bellas como implacables— aprendió a volver a empezar: sin quejas, sin provisiones, sin dotación.
 
Desde su improvisada cubierta, el náufrago se convirtió en almirante de sí mismo. 
 
Organizó su vida como quien organiza una guardia de día entero, con disciplina naval. 

Aprendió que hasta en tierra firme se puede navegar si se tiene timón interno.
 
Su historia nos interpela: ¿cuántos jóvenes dominicanos, alejados del mar por desconocimiento o abandono institucional, no son también náufragos de su destino? 
 
¿Y cuántos veteranos han perdido la brújula, olvidando que el ejemplo, como el faro, no grita… solo ilumina?
 
Necesitamos más marinos formados en cubiertas, no en escritorios ajenos al olor del salitre. 
 
Marinos que entiendan que el respeto a los símbolos, a las tradiciones, y al uniforme, no se hereda: se gana con pasión y vocación. 
 
Y que el conocimiento náutico —del ancla, del fondeadero, del arganeo y de la rutina a bordo— no es ornamento, sino la estructura que mantiene a flote el alma naval.
 
Como Crusoe, debemos redescubrir nuestra isla: no como prisión, sino como aula; no como límite, sino como misión. Porque si el destino nos hizo marinos, no es para buscar refugio en tierra, sino para capitanear nuestras propias tormentas.

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