domingo, 16 de marzo de 2025

No son los favores ni las deudas del pasado las que sostendrán el liderazgo en la tormenta, sino la calidad de quienes sostienen el timón.




El Leño Pinto Digital 

Cápsula Naval

Por Homero L Lajara Solá 


En la inmensidad del océano, donde el horizonte se funde con el destino de las naciones, el comandante de hoy debe gobernar su nave con un timón firme, pero con una mirada que abarque no solo la brújula de la tradición, sino también los vientos cambiantes de los tiempos modernos. 

A diferencia de épocas pasadas, donde el mando podía aferrarse a dogmas inamovibles, hoy el arte de comandar exige un oído atento al latido de la tripulación y a los factores que pueden afectar la moral en alta mar y en puerto.

La disciplina sigue siendo la quilla que sostiene la estructura de toda flota, pero el éxito de la navegación en este océano de la globalización depende de la pericia, la preparación y la integridad de quienes están al mando. 

La elección de los oficiales de a bordo y los contramaestres no puede ser moneda de cambio ni ancla de favores pasados. 

No hay ya espacio para posiciones heredadas por conveniencia; cada puesto en el puente de mando debe ser ganado con educación, entrenamiento y experiencia, forjados en el yunque de los valores doctrinales que sostienen no solo el armazón del buque, sino la solidez de toda la Armada y de la nación misma.

Los mares actuales están infestados de amenazas emergentes, tantas y tan impensables como las tormentas que acechan en el horizonte sin previo aviso. 

En este escenario, no hay margen para comandantes de cartón ni marinos de ocasión. 

Cuando los vientos huracanados se desaten y las olas se levanten con la furia de Neptuno, solo los avezados marinos, aquellos templados en el fuego del conocimiento y la estrategia, podrán gobernar la nave con pericia y seguridad.

No es el oro lo que mantiene a un buque a flote, sino la madera de su armazón y la solidez de sus cuadernas; de igual forma, no son los favores ni las deudas del pasado las que sostendrán el liderazgo en la tormenta, sino la calidad de quienes sostienen el timón. 

No podemos seguir pagando deudas de  tabernas en los puertos cuando la tormenta se avecina, porque cuando llegue el momento de enfrentar el azote del oleaje y la cólera de Poseidón, necesitaremos navegantes de temple, no sombras pasajeras en la cubierta.

El buque de la nación avanza en aguas inciertas. Que quienes gobiernen su rumbo sean aquellos que, con la brújula de la meritocracia y el sextante de la preparación, sepan llevarlo a puerto seguro.

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