martes, 4 de marzo de 2025

En la mar y sus aprestos bélicos, el mando es un arte que exige temple y discernimiento



El Leño Pinto Digital 


Cápsula Naval
 
Por: Homero Luis Lajara Solá 


En la mar y sus aprestos  bélicos, el mando es un arte que exige temple y discernimiento. Todo comandante enfrenta el eterno dilema: ¿ser benévolo o implacable? La experiencia dicta que la respuesta no está en los extremos, sino en el punto cardinal de la justicia. Un oficial al mando no debe gobernar con caprichos ni simpatías personales, sino con ecuanimidad, guiando su buque con el sextante de la razón y la brújula del deber, siempre en dirección al bienestar de la unidad y la defensa de la nación.
 
Este principio queda al descubierto en la película Cuestión de honor (A Few Good Men), donde el coronel Nathan Jessup, interpretado por Jack Nicholson, defiende la ejecución de un “Código rojo” contra un infante de Marina. Santiago, un miembro débil de la tripulación, no requería castigo sino formación y liderazgo. El error no radicó en la disciplina, sino en la ausencia de justicia: en lugar de fortalecer el espíritu de cuerpo, la decisión arbitraria destruyó la cohesión de la unidad.
 
El mando no es una cuestión de rigidez o indulgencia, sino de equilibrio. Al igual que el capitán que ajusta el velamen según los vientos, el líder militar debe aplicar la autoridad con firmeza, pero también con justicia, pues en ello radica la verdadera fortaleza de un comando inspirador.

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