El Leño Pinto Digital
Cápsula naval
Por Homero L Lajara Solá
En el vasto océano de la historia, hay combates que no solo marcan un punto en la carta náutica del tiempo, sino que definen el derrotero de las naciones.
Así fue la Batalla de Salamina, donde el Imperio persa, con su Armada imponente, creyó tener barlovento en la contienda.
Sin embargo, Temístocles, almirante de la resistencia helénica, entendió lo que aún hoy muchos no comprenden: el mar no pertenece a quien lo navega, sino a quien sabe gobernarlo.
La victoria griega no fue solo un golpe de espolón contra la escuadra enemiga, sino una maniobra magistral de estrategia naval.
Conocedor de los vientos y las corrientes, Temístocles guio su flota con precisión, emboscando a los persas en aguas estrechas donde su superioridad numérica se volvió un lastre. Allí, en el fragor del combate, no venció la fuerza bruta, sino la pericia en la navegación y el arte del abordaje.
Salamina fue la carta de derrota para el expansionismo persa, pero también la botadura de la talasocracia, el principio de que el dominio del mar es la verdadera columna de mando de cualquier potencia.
Los británicos, siglos después, izarían esta idea en su estandarte, así como Estados Unidos de Norteamérica fondearía su hegemonía sobre los océanos del mundo.
Una flota no solo resguarda costas, sino que extiende la proa del poder más allá del horizonte, asegurando rutas comerciales, proyectando fuerza y decidiendo el destino de las guerras.
Aún hoy, en los mares del mundo, se juega la misma partida que en Salamina. Quien controle las rutas marítimas no solo gobernará el comercio, sino que establecerá la línea de flotación de la seguridad y el equilibrio global.
El mar no es solo un camino: es el teatro donde se decide el futuro de las naciones. Y la historia nos recuerda que solo aquellos con visión náutica y astrolabio firme pueden trazar el rumbo de la victoria⚓️
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