Por Vinicio Castillo Semán
(Listin Diario 26/febrero/2018)
Al leer el mensaje del Episcopado Dominicano en ocasión del 27 de Febrero, que enumeró los diez principales problemas que afectan a la República Dominicana, pensé lo que es hoy el título de este artículo: ¡Cuánta falta hace el cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez!

El mismo mensaje que omite el grave tema migratorio haitiano es el que se queja de las precariedades del sistema de salud de la República Dominicana.
¿No saben los obispos de la República Dominicana que el 70% de las camas de las maternidades de la República están ocupadas por parturientas haitianas, en detrimento de las madres dominicanas? ¿No saben los obispos que el Estado dominicano está gastando más de 7,000 millones de pesos en atenciones médicas y hospitalarias en población ilegal haitiana, en perjuicio de la calidad de los servicios que le presta a los dominicanos de a pie? ¿No saben los obispos dominicanos que este pobre pueblo no podrá nunca mejorar en ninguno de sus índices de desarrollo humano mientras no detenga la invasión masiva de ilegales haitianos y controle su frontera?
La iglesia Católica, que según las últimas encuestas está perdiendo vertiginosamente miembros en su feligresía, corre el riesgo de un declive total si asume la línea fusionista adoptada públicamente por el nuevo arzobispo Francisco Osoria, quien ha expresado su criterio de que esta tierra, la de Duarte, Sánchez y Mella, es la patria común de los haitianos con los dominicanos.
¡Cuánta falta hace, la rectitud, el valor personal, el patriotismo, del hombre que dirigió la iglesia Católica en las últimas décadas, constituyéndose en un líder moral de esta nación, Nicolás de Jesús López Rodríguez!
El silencio de la iglesia Católica, mi iglesia, sobre el tema migratorio haitiano se produce en el mismo momento, y de manera sincronizada, que nuestra patria recibe un virulento ataque externo de Amnistía Internacional y otros organismos internacionales, insistiendo en la infamia de que tenemos en el país un serio problema de apatridia que afecta a cientos de miles de haitianos sin documentos, a los cuales se les quiere, bajo el subterfugio del alegato de apatridia, darles la nacionalidad dominicana.
El silencio de la iglesia Católica, mi iglesia, sobre el tema migratorio haitiano se produce en el mismo momento, y de manera sincronizada, que nuestra patria recibe un virulento ataque externo de Amnistía Internacional y otros organismos internacionales, insistiendo en la infamia de que tenemos en el país un serio problema de apatridia que afecta a cientos de miles de haitianos sin documentos, a los cuales se les quiere, bajo el subterfugio del alegato de apatridia, darles la nacionalidad dominicana.
El silencio de la iglesia, de los obispos, sobre la invasión haitiana se produce en el mismo momento en que se anuncia con bombos y platillos la llegada de los verdugos externos de la República, la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, que a pesar de tenernos en una lista negra, junto con Cuba y Venezuela, como país negador de derechos humanos.
A los organismos internacionales no les interesa para nada los derechos humanos de los diez millones de indigentes haitianos que viven del lado oeste de la isla. Parecería que los derechos humanos de ellos sólo cobran vigencia cuando cruzan de manera ilegal la frontera a la República Dominicana.
Es una vasta y profunda conspiración contra el país, contra su nacionalidad, contra su integridad territorial.
Me apena muchísimo tener que emplazar con todo respeto y humildad en este artículo a mi santa y madre iglesia, que no puede jamás, bajo alegatos de humanismo cristiano, darle la espalda a la patria de Juan Pablo Duarte, de Ramón Matías Mella y Castillo y de Francisco del Rosario Sánchez.
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