Señoras y Señores: Con sentido de satisfacción y pesar, nos reunimos esta tarde para despedir a un diplomático que deja a su paso un quehacer tangible y un aura de amistad y bonhomía entrañables. Don Pablo Quintero Luna no ha sido un embajador más, sino un militante discreto pero efectivo en la causa siempre abierta de las buenas relaciones entre dos repúblicas hermanas: Panamá y la República Dominicana.
Profesional exitoso de la medicina bucal, político de renombre, funcionario que ha ocupado puestos de relevancia en su país natal, el embajador Quintero Luna ha sido un diplomático fino, gran observador y conciliador. Se marcha, pero deja detrás unas relaciones en un nivel muy alto. Con él hemos desarrollado unos lazos de amistad y respeto mutuo, convencidos todos de que la oportunidad de nuestros países es ahora única. Y de que la manera más eficiente de lograr nuestros objetivos comunes de desarrollo y mejoría de las condiciones de nuestros pueblos pasa por la unión de voluntades y la apuesta por la integración. El embajador Quintero Luna nos ha acercado a Panamá con su trabajo incansable, su entusiasmo contagioso y honestidad profesional incuestionable.
Al hacerlo, nos ha reafirmado en el propósito de que las naciones centroamericanas y del Istmo acerquen posiciones y esfuerzos para enfrentar desafíos que, de manera individual, nunca podremos vencer. Despedimos al embajador, pero nos quedamos con el amigo. Sabemos de sus muchas y buenas amistades en esta tierra en la que ya no será un diplomático, sino y siempre, uno más de nosotros. Al imponerle la merecida condecoración que le ha otorgado el presidente Danilo Medina, le digo que puede sentirse orgulloso porque no solo ha cumplido con su deber, sino que ha ido más allá. Es la razón de que hoy, este embajador saliente y su país, estén tan cerca de nosotros.
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