Por: David Paredes
El clima era perfecto y propicio para el beisbol. El
cielo era de un azul intenso con escasas nubes adornándolo, y la agradable
brisa de aquella tarde arrastraba los sonidos del bate al golpear la pelota,
una y otra vez, y otra vez, y otra vez más en una secuencia sonora
interminable. Era la jornada previa a un partido entre Estrellas Orientales y
Leones del Escogido en la temporada 2001-2002 y yo me encontraba entre los
pocos reporteros que a esa hora ya estaban sentados en las gradas de los palcos
AA del Estadio Quisqueya, esperando el fin de la práctica de bateo y el inicio
de nuestra jornada de entrevistas previas al partido.
“Vamos a hacer lo siguiente”, dijo un colega
sentándose a mi lado con expresión divertida en su rostro. “Cuando venga a
batear el siguiente, cierra los ojos y fíjate como suena la pelota cuando él le
da”. “Ok”, dije sin apartar la vista de la caja de bateo rodeada de jugadores,
con sus ropas de calentamiento. Fue entonces cuando sucedió.
El bateador siguiente llegó a la caja de bateo, se
paró y empezó a hacer swings mientras yo mantenía mis ojos cerrados como lo
había sugerido mi colega… Mis oídos no daban crédito a lo que escuchaban: el
estruendo del bate al chocar con la pelota parecía la detonación de un arma de
alto calibre. Una explosión. Una tras otra. Sonaba diferente a cualquier otro
contacto que jugador alguno había hecho durante toda aquella tarde de inicios
de invierno. Mi curiosidad pudo más y no pude resistir; así que abrí mis ojos
en pleno “ejercicio acústico” para reconfirmar que aquella prodigiosa explosión
provenía del bate de un alto, regordete, pero fornido jugador que parecía
destrozar la esférica en cada swing: David Ortiz Arias.
David Arias
(Ortiz), fue firmado para los Marineros de Seattle en 1992 por Ramón
“Pintacora” De Los Santos, y ya para aquella tarde en dicha práctica de bateo
en 2001, era un respetado bateador en la Liga Dominicana con un poder que
hacía, literalmente, explosionar la pelota y un swing amplio y temible que le
había servido hasta ese momento para colectar 18 jonrones y 134 carreras
impulsadas en ocho temporadas con el Escogido.
Un par de años antes de esa tarde del 2001, en la
temporada 1998-1999, un eufórico David gritaba en el club house del equipo rojo
“Pueden ir preparando las maletas, que nos vamos pa’ Puerto Rico”, esto tras
ganar el séptimo partido de la Serie Final de esa temporada, pautada al mejor
de nueve, poniéndose el Escogido 4 juegos a 3 tres. El ganador representaría a
la República Dominicana en la Serie del Caribe de ese año 1999 en San Juan,
Puerto Rico. Pero en el noveno y decisivo partido de esa Serie, él mismo
cometió un error, en un tiro comprometido del segunda base, el cual no pudo manejar y eso coronó un espeso rally
de cuatro carreras en la parte alta del noveno inning, para que el Licey le
arrebatara el campeonato el Escogido. David Ortiz Arias, estuvo inconsolable al
concluir el partido.
Apenas días después de ese fatídico error, David
Ortiz, vestido con el uniforme del Licey en calidad de refuerzo, se
reivindicaría conectando un batazo a la raya del jardín izquierdo del estadio
Hiram Bitorn, en San Juan Puerto Rico, para que el equipo dominicano dejara en
el terreno a los boricuas, coronándose así campeón de la Serie del Caribe del
1999. Este batazo sería uno de los muchos decisivos que saldrían de su bate
después de ese momento… No obstante,
todavía estaba a un par de años y muchas apariciones en el home, de convertirse
en el “Big Papi”.
Aquel alto, regordete y fornido bateador zurdo,
había llegado a los campamentos primaverales de Grandes Ligas del 2001, siendo
pieza fundamental de un joven, pero ya exitoso equipo de los Mellizos de Minesota.
Llevando el número 27 en la espalda de su uniforme, ya no era conocido como
David Arias, sino por el apellido paterno (Ortiz), gracias a un cambio
solicitado a su equipo en la primavera del 1997, para cumplir con los deseos de
su padre Leo.
En la temporada del 2002, la tarde del 16 de agosto,
David Ortiz engarzó una recta a los puños de su paisano Pedro Martínez,
llevando la pelota al último nivel del Metro Dome, estadio de Minesota. Un
soberbio cuadrangular que salió en segundos del parque, siendo éste su número
15 de aquella temporada. Pero como una cruel ironía del destino, justo cuatro
meses después, el 16 de diciembre de ese mismo año, el equipo de Minesota
prescindió de su contrato y lo deja libre, a pesar de que había conectado 20
jonrones y 75 empujadas en sólo 125 partidos de una temporada de 162.
La carrera de Ortiz parece haber estado enlazada de
irónicas coincidencias: una llamada realizada a aquel mismo Pedro Martínez que
meses antes había castigado con un kilométrico jonrón, ayudo para que Ortiz
cambiara su estatus de desempleado, a miembro de la plantilla de los Medias
Rojas de Boston, firmando por sólo 1 millón 25 mil dólares. El tiempo
demostraría que tal firma fue una ganga para Boston.
Para cuando David fue firmado por los Red Sox el 22
de enero del 2003, el gerente general del equipo ese entonces, Theo Epstein, se
había obsesionado con confeccionar un equipo capaz de sustituir la ineficiente
capacidad para embasarse, que el equipo había tenido el año anterior, gracias a
los pobres aportes en ese encasillado de Tony Clark, Ray Sánchez, José
Offerman, Carlos Baerga, y Shea Hillenbrand. Por eso, cuando David fue firmado
por el equipo bostoniano aquel invierno, junto a Kevin Millar, Bill Muller y
Todd Walker, la fisionomía del equipo cambió, y pasó a convertirse en un serio
contendor en la división Este de la Liga Americana.
A pesar de que esa versión de David Ortiz del 2003,
había mejorado bastante con relación a sus años anteriores, tuvo que ver
disminuido su tiempo de juego por la insistencia de Grady Little, su manager,
de poner a jugar en la inicial a un displicente y poco efectivo Jeremy Giamby,
por encima de Ortiz. “El único que no se ha dado cuenta que David Ortiz batea
mucho, es el manager de Boston”, decía furibundo un cercano amigo de mi
infancia, un poco frustrado de ver a David Ortiz mucho tiempo sentado en la
banca.
Sin embargo, un más que decente .288 de promedio, 31
jonrones y 101 impulsadas en 128 juegos, hizo reconsiderar a Little de lo equivocado
que estaba… Pero los Red Sox tenían otros planes: Little vería el talento de
David desde la comodidad de su hogar, pues fue despedido el finalizar la
temporada 2003, y Ortiz, que desde el 1 de junio de ese año era el bateador
designado del equipo, lo sería por el resto de su carrera. La suerte estaba
echada y el escenario preparado para que pronto naciera la leyenda del Big
Papi.
“Ellos me han vencido, son un gran equipo y están en
su punto, me levanto la gorra delante de ellos… los Yankees son mi papá”, decía
un resignado Pedro Martínez en una conferencia de prensa un 24 de septiembre
del 2004, a finales de esa temporada regular tras perder un reñido juego ante el
equipo neoyorquino. “They are my Daddy”, “Ellos son mis papá”. Desde ese momento,
cada vez que Pedro lanzaba en Nueva York, la multitud inmisericorde le hacía
ingrato recordatorio vociferando al unísono y a todo pulmón “Who’s-your-da-ddy!…
Who’s-your-da-ddy!… Who’s-your-da-ddy! Quién es tu papá.
Lo que los fanáticos de los Yankees no sabían, y
averiguarían dolorosamente poco más tarde ese año, es que si Pedro Martínez
tenía “papá”, los Yankees también tenían el suyo… Y compartía camerino con
Martínez.
El resto de la historia todo el mundo la conoce:
David Ortiz Arias, un antiguo desempleado en el 2002, deja en el terreno a los
Angelinos en el inning doce con dramático jonrón un 8 de octubre del 2004, en
la Serie Divisional. El 17 de octubre de ese 2004, en la Serie de Campeonato de
la Liga Americana, con Boston a un partido de ser eliminado por los Yankees,
sus acérrimos rivales, Ortiz conectó jonrón decisivo de dos carreras en el
inning doce. Al día siguiente, con Boston todavía enfrentando la eliminación,
Ortiz conecta sencillo remolcador el jardín central ante los envíos de un imbatible
Mariano Rivera, dejándolos en el terreno en el inning 14. Y dos días después,
en el séptimo y decisivo juego de esa serie, Ortiz conecta jonrón de dos
carreras en la primera entrada, para darle la delantera temprana a su equipo,
que ese día vencerían a los Yankees y avanzarían a la Serie Mundial, después de
haber realizado un inédito regreso de una serie al mejor de siete, que llegaron
a estar perdiendo cero a tres. Ortiz ganaría el Jugador Más Valioso de esa
serie… Y los Yankees conocerían a su papá: El Big Papi, David Ortiz.
Después de tres Series Mundiales ganadas con su
equipo de Boston Red Sox (2004, 2007, 2013), en las cuales dejó su impronta,
David Américo Ortiz Arias es recordado como un jugador legendario, no sólo para
esa ciudad, sino también para el juego mismo. Llegó a los Medias Rojas sin nada
garantizado en 2003, les quitó la “Maldición del Bambino” ayudándolos a ganar
la corona en 2004, cuyo último out a las manos del inicialista Dough Mientkiewicz
(de quien Ortiz fuera sustituto en Minesota) rompió una sequía de 86
frustrantes años sin ganar título; y en un intervalo de nueve años, el Big Papi
les dio dos coronas más.
Las páginas gloriosas de su carrera aún no se han
cerrado del todo, pues aún puede quedarle material en su tintero para seguir
engrosando su ya legendaria carrera en los presentes Play Off de este 2016.
Todavía no pierda usted de vista al Big Papi… El hombre leyenda.
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