miércoles, 5 de octubre de 2016

El Big Papi: El Hombre Leyenda


Por: David Paredes

El clima era perfecto y propicio para el beisbol. El cielo era de un azul intenso con escasas nubes adornándolo, y la agradable brisa de aquella tarde arrastraba los sonidos del bate al golpear la pelota, una y otra vez, y otra vez, y otra vez más en una secuencia sonora interminable. Era la jornada previa a un partido entre Estrellas Orientales y Leones del Escogido en la temporada 2001-2002 y yo me encontraba entre los pocos reporteros que a esa hora ya estaban sentados en las gradas de los palcos AA del Estadio Quisqueya, esperando el fin de la práctica de bateo y el inicio de nuestra jornada de entrevistas previas al partido.

“Vamos a hacer lo siguiente”, dijo un colega sentándose a mi lado con expresión divertida en su rostro. “Cuando venga a batear el siguiente, cierra los ojos y fíjate como suena la pelota cuando él le da”. “Ok”, dije sin apartar la vista de la caja de bateo rodeada de jugadores, con sus ropas de calentamiento. Fue entonces cuando sucedió.

El bateador siguiente llegó a la caja de bateo, se paró y empezó a hacer swings mientras yo mantenía mis ojos cerrados como lo había sugerido mi colega… Mis oídos no daban crédito a lo que escuchaban: el estruendo del bate al chocar con la pelota parecía la detonación de un arma de alto calibre. Una explosión. Una tras otra. Sonaba diferente a cualquier otro contacto que jugador alguno había hecho durante toda aquella tarde de inicios de invierno. Mi curiosidad pudo más y no pude resistir; así que abrí mis ojos en pleno “ejercicio acústico” para reconfirmar que aquella prodigiosa explosión provenía del bate de un alto, regordete, pero fornido jugador que parecía destrozar la esférica en cada swing: David Ortiz Arias.

 David Arias (Ortiz), fue firmado para los Marineros de Seattle en 1992 por Ramón “Pintacora” De Los Santos, y ya para aquella tarde en dicha práctica de bateo en 2001, era un respetado bateador en la Liga Dominicana con un poder que hacía, literalmente, explosionar la pelota y un swing amplio y temible que le había servido hasta ese momento para colectar 18 jonrones y 134 carreras impulsadas en ocho temporadas con el Escogido.
Un par de años antes de esa tarde del 2001, en la temporada 1998-1999, un eufórico David gritaba en el club house del equipo rojo “Pueden ir preparando las maletas, que nos vamos pa’ Puerto Rico”, esto tras ganar el séptimo partido de la Serie Final de esa temporada, pautada al mejor de nueve, poniéndose el Escogido 4 juegos a 3 tres. El ganador representaría a la República Dominicana en la Serie del Caribe de ese año 1999 en San Juan, Puerto Rico. Pero en el noveno y decisivo partido de esa Serie, él mismo cometió un error, en un tiro comprometido del segunda base, el cual  no pudo manejar y eso coronó un espeso rally de cuatro carreras en la parte alta del noveno inning, para que el Licey le arrebatara el campeonato el Escogido. David Ortiz Arias, estuvo inconsolable al concluir el partido.

Apenas días después de ese fatídico error, David Ortiz, vestido con el uniforme del Licey en calidad de refuerzo, se reivindicaría conectando un batazo a la raya del jardín izquierdo del estadio Hiram Bitorn, en San Juan Puerto Rico, para que el equipo dominicano dejara en el terreno a los boricuas, coronándose así campeón de la Serie del Caribe del 1999. Este batazo sería uno de los muchos decisivos que saldrían de su bate después de ese momento…  No obstante, todavía estaba a un par de años y muchas apariciones en el home, de convertirse en el “Big Papi”.

Aquel alto, regordete y fornido bateador zurdo, había llegado a los campamentos primaverales de Grandes Ligas del 2001, siendo pieza fundamental de un joven, pero ya exitoso equipo de los Mellizos de Minesota. Llevando el número 27 en la espalda de su uniforme, ya no era conocido como David Arias, sino por el apellido paterno (Ortiz), gracias a un cambio solicitado a su equipo en la primavera del 1997, para cumplir con los deseos de su padre Leo.

En la temporada del 2002, la tarde del 16 de agosto, David Ortiz engarzó una recta a los puños de su paisano Pedro Martínez, llevando la pelota al último nivel del Metro Dome, estadio de Minesota. Un soberbio cuadrangular que salió en segundos del parque, siendo éste su número 15 de aquella temporada. Pero como una cruel ironía del destino, justo cuatro meses después, el 16 de diciembre de ese mismo año, el equipo de Minesota prescindió de su contrato y lo deja libre, a pesar de que había conectado 20 jonrones y 75 empujadas en sólo 125 partidos de una temporada de 162.

La carrera de Ortiz parece haber estado enlazada de irónicas coincidencias: una llamada realizada a aquel mismo Pedro Martínez que meses antes había castigado con un kilométrico jonrón, ayudo para que Ortiz cambiara su estatus de desempleado, a miembro de la plantilla de los Medias Rojas de Boston, firmando por sólo 1 millón 25 mil dólares. El tiempo demostraría que tal firma fue una ganga para Boston.

Para cuando David fue firmado por los Red Sox el 22 de enero del 2003, el gerente general del equipo ese entonces, Theo Epstein, se había obsesionado con confeccionar un equipo capaz de sustituir la ineficiente capacidad para embasarse, que el equipo había tenido el año anterior, gracias a los pobres aportes en ese encasillado de Tony Clark, Ray Sánchez, José Offerman, Carlos Baerga, y Shea Hillenbrand. Por eso, cuando David fue firmado por el equipo bostoniano aquel invierno, junto a Kevin Millar, Bill Muller y Todd Walker, la fisionomía del equipo cambió, y pasó a convertirse en un serio contendor en la división Este de la Liga Americana.

A pesar de que esa versión de David Ortiz del 2003, había mejorado bastante con relación a sus años anteriores, tuvo que ver disminuido su tiempo de juego por la insistencia de Grady Little, su manager, de poner a jugar en la inicial a un displicente y poco efectivo Jeremy Giamby, por encima de Ortiz. “El único que no se ha dado cuenta que David Ortiz batea mucho, es el manager de Boston”, decía furibundo un cercano amigo de mi infancia, un poco frustrado de ver a David Ortiz mucho tiempo sentado en la banca.

Sin embargo, un más que decente .288 de promedio, 31 jonrones y 101 impulsadas en 128 juegos, hizo reconsiderar a Little de lo equivocado que estaba… Pero los Red Sox tenían otros planes: Little vería el talento de David desde la comodidad de su hogar, pues fue despedido el finalizar la temporada 2003, y Ortiz, que desde el 1 de junio de ese año era el bateador designado del equipo, lo sería por el resto de su carrera. La suerte estaba echada y el escenario preparado para que pronto naciera la leyenda del Big Papi.

“Ellos me han vencido, son un gran equipo y están en su punto, me levanto la gorra delante de ellos… los Yankees son mi papá”, decía un resignado Pedro Martínez en una conferencia de prensa un 24 de septiembre del 2004, a finales de esa temporada regular tras perder un reñido juego ante el equipo neoyorquino. “They are my Daddy”, “Ellos son mis papá”. Desde ese momento, cada vez que Pedro lanzaba en Nueva York, la multitud inmisericorde le hacía ingrato recordatorio vociferando al unísono y a todo pulmón “Who’s-your-da-ddy!… Who’s-your-da-ddy!… Who’s-your-da-ddy! Quién es tu papá.

Lo que los fanáticos de los Yankees no sabían, y averiguarían dolorosamente poco más tarde ese año, es que si Pedro Martínez tenía “papá”, los Yankees también tenían el suyo… Y compartía camerino con Martínez.

El resto de la historia todo el mundo la conoce: David Ortiz Arias, un antiguo desempleado en el 2002, deja en el terreno a los Angelinos en el inning doce con dramático jonrón un 8 de octubre del 2004, en la Serie Divisional. El 17 de octubre de ese 2004, en la Serie de Campeonato de la Liga Americana, con Boston a un partido de ser eliminado por los Yankees, sus acérrimos rivales, Ortiz conectó jonrón decisivo de dos carreras en el inning doce. Al día siguiente, con Boston todavía enfrentando la eliminación, Ortiz conecta sencillo remolcador el jardín central ante los envíos de un imbatible Mariano Rivera, dejándolos en el terreno en el inning 14. Y dos días después, en el séptimo y decisivo juego de esa serie, Ortiz conecta jonrón de dos carreras en la primera entrada, para darle la delantera temprana a su equipo, que ese día vencerían a los Yankees y avanzarían a la Serie Mundial, después de haber realizado un inédito regreso de una serie al mejor de siete, que llegaron a estar perdiendo cero a tres. Ortiz ganaría el Jugador Más Valioso de esa serie… Y los Yankees conocerían a su papá: El Big Papi, David Ortiz.

Después de tres Series Mundiales ganadas con su equipo de Boston Red Sox (2004, 2007, 2013), en las cuales dejó su impronta, David Américo Ortiz Arias es recordado como un jugador legendario, no sólo para esa ciudad, sino también para el juego mismo. Llegó a los Medias Rojas sin nada garantizado en 2003, les quitó la “Maldición del Bambino” ayudándolos a ganar la corona en 2004, cuyo último out a las manos del inicialista Dough Mientkiewicz (de quien Ortiz fuera sustituto en Minesota) rompió una sequía de 86 frustrantes años sin ganar título; y en un intervalo de nueve años, el Big Papi les dio dos coronas más.

Las páginas gloriosas de su carrera aún no se han cerrado del todo, pues aún puede quedarle material en su tintero para seguir engrosando su ya legendaria carrera en los presentes Play Off de este 2016. Todavía no pierda usted de vista al Big Papi… El hombre leyenda.   

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