POLÍTICA MIGRATORIA Y APLICACIÓN SON COMPETENCIA DEL ESTADO
Carlos R. Altuna Tezanos
Santo Domingo
En
los últimos meses, la República Dominicana ha sido objeto de una oleada de
acusaciones malintencionadas en contra de su legítimo derecho de regular y
definir su política migratoria. Campaña sagazmente incitada por Haití,
granjeándose la aquiescencia de la ONU y OEA, así como la complicidad de los
países del CARICOM, cuyos gobiernos son adeptos a su causa, pero,
paradójicamente, no admiten haitianos en sus territorios.
Recientemente,
el representante de Haití ante el Consejo Permanente OEA, Bocchit Edmond, acusó
al país de realizar “repatriaciones masivas, organizadas y forzadas”, espacio
que aprovechó el secretario general, Luis Almagro, para decretar que era
“imperativo cesar los movimientos migratorios forzosos” y anunciar la visita de
una comisión de supervisión a la isla.
El
gobierno dominicano aceptó de buena fe el hurgamiento de la OEA, con la
intención de desmontar las injuriosas acusaciones de Haití en nuestra contra,
esta vez sobre supuestas “deportaciones masivas” que generarían unas “crisis
humanitarias” que desestabilizarían ese país y, pondrían en peligro la paz y
seguridad regional.
Boquiabiertos
quedamos, cuando el secretario general de la OEA, formuló unas desacertadas
declaraciones a CNN-Español, revelando una conducta prejuiciada como mediador
del problema, denotando una parcialidad que invalida su papel como
intermediador.
El
29 de julio pasado, durante sesión ordinaria de la OEA, en tan solo cinco minutos
se conoció el intrigante informe, maquillado en 10 observaciones y 5
recomendaciones, que en parte desmiente las acusaciones vertidas contra nuestro
país.
Un
informe que reconoce a República Dominicana su derecho soberano a establecer e
implementar su propia política migratoria, y a Haití, por su parte, a defender
que los traslados o repatriaciones se realicen cumpliendo estándares
internacionales. Además de crear “mecanismos de entendimiento” que permitan el
traslado de personas entre ambos estados.
También
promueve la necesidad para que la comunidad internacional se involucre en
ayudar a los “desplazados”, en especial los más vulnerables. Inaprensible
alusión referente a la apatridia, al señalar que “existen personas en riesgo de
no contar con ninguna nacionalidad reconocida”.
Sin
embargo, con insinuaciones y verdades a medias, este informe jamás se refirió a
dos elementos fundamentales, usados para inculpar vehementemente al Estado
dominicano, el de ejecutar “deportaciones masivas” y generar “crisis humanitaria”
interna y regional, simplemente porque no existen ni pudieron ser comprobadas.
Apenas
transcurrieron horas del informe técnico-OEA, el gobierno dominicano lo rechazó
por considerar que no existen conflictos con Haití que ameriten su participación,
dejando establecido claramente que el “diálogo bilateral” entre ambos estados
se podrá restablecer tan pronto como el gobierno haitiano deponga su actitud de
desacreditar a República Dominicana.
En
esa tesitura, el canciller Andrés Navarro, manifestó que la política migratoria
y sus mecanismos de aplicación son de la exclusiva competencia del Estado
dominicano, y no son objeto de negociaciones, reiterando el compromiso de
seguir trabajando por la debida identificación y regularización de quienes
habitan en su territorio, por la protección y garantía de sus derechos.
Ante
esta reacción del gobierno dominicano, el ministro haitiano, Evans Paul,
aseguró que “es difícil pedir a las víctimas que se disculpen con sus
torturadores”, para dar a entender que Haití no se disculpará con la República
Dominicana por sus impugnaciones en contra de su política migratoria ante la
comunidad internacional.
Pero
si vemos la otra cara de la moneda, notaremos que Haití nunca ha tenido un
“registro civil” de su población, no existe en ellos la costumbre de inscribir
a quienes nacen, ni asentar a quienes mueren, tratando así a sus propios
ciudadanos como seres invisibles -apátridas en su propia tierra- con la
agravante de querernos culpar de su irresponsabilidad histórica, simplemente
por ordenar nuestra casa en materia migratoria.
Aquí
resulta, que quienes verdaderamente originan y fomentan la “apatridia” son las
autoridades haitianas, realidad que al parecer excluyó la comisión técnica-OEA,
o quizás no observó durante su visita a Haití, donde el 60% de su población no
posee ningún documento que insinúe, siquiera, que existen en esa nación.
Sin
embargo, hemos advertimos cómo las autoridades haitianas impiden el ingreso de
sus ciudadanos procedentes del país, a pesar de tener sus documentos que
justifican claramente su nacionalidad, siendo humillados y rechazados,
obligándolos a retornar a República Dominicana.
Está
claro que tal situación no se corresponde con la verdad, porque desde el punto
de vista de su Constitución, no existe manera posible para que un ciudadano
haitiano o sus descendientes directos pierdan su nacionalidad.
Intrínsecamente
a estos seres desatendidos, simplemente se les están violentando sus derechos
de manera abusiva y arbitraria, ya que su Constitución establece en su Artículo
11: son haitianos por origen:
1)
Todas las personas nacidas en Haití de padre haitiano o madre haitiana;
2)
Todas las personas nacidas en el extranjero de padre y madre haitianos;
3)
Todas las personas nacidas en Haití de padre extranjero o, si no es reconocido
por su padre, madre extranjera, siempre que descienda de la raza negra.
¿Qué
podría estar tramando Haití pretendiendo no aceptar ni reconocer sus
nacionales, el de querer continuar invocando alegatos de apatridia? Quienes
regresan voluntariamente son naturales de ese país, uno para quedarse y otros
en búsqueda de sus documentos, justamente para poder optar por una residencia
legal o permisos de trabajo en nuestro país. Un caso insólito, donde una nación
rehúsa aceptar a su propia gente.
Con
esta inmunda estratagema, la diplomacia haitiana está enfocada en demostrar
apócrifamente el raudal de “haitianos desnacionalizados” alegando que son
dominicanos, para centrar la atención de la comunidad internacional, en
especial la OEA.
Resulta
evidente que esta maniobra es más que una provocación orientada a trastornar la
prudente diplomacia dominicana frente al manejo del problema migratorio, de
querer forzarnos a postergar las repatriaciones de extranjeros ilegales, que
son primordialmente haitianos.
Así
pretenden ellos sentarnos en la mesa de negociaciones, en las cuales las cartas
están previamente marcadas -el aspecto económico sobre lo migratorio-
demostrando ser un antagonistas que no juegan limpio, que desnuda sus
intensiones perversas.
Para
muestra un botón. Haití denunció que la harina de trigo que les vendemos
contiene ingredientes cancerígenos, la misma harina que consumimos los
dominicanos, prohibiendo su comercialización allá, tal como ocurrió en su
debido momento con los pollos, huevos y otros productos alimenticios.
Nuevamente,
ocurren ataques en contra de los transportistas dominicanos que ingresan a su
territorio, ambiente que ha sobrevenido en la interrupción del transporte de
mercancía hacia ese país, no obstante las autoridades haitianas comprometerse
en ocasiones anteriores a garantizar el libre tránsito y su seguridad.
¿Qué
hay detrás de todo esto? Un país sin controles fitosanitarios, donde su
población consume “galletas de lodo”. ¿Qué ganan con prohibir o presionar nuestras
exportaciones? Todo apunta a que ellos tratan de ocasionar un
“desabastecimiento de productos alimenticios” que exacerbe los ánimos de la
población haitiana hacia un desenfreno popular, que propicie un clima de
inseguridad apropiado para que sus autoridades actuales sigan en el gobierno.
Haití,
continúa gobernada por una élite política-económica, donde prevalecen los
intereses mercuriales de unos cuantos sobre el bienestar común del colectivo
nacional.
Innumerables
expertos ambientalistas lo califican como un “Estado fallido o colapsado”, un
desastre ecológico y sanitario, mucho antes del terremoto del 2010. Un país
inviable, donde viven más de 10 millones de habitantes cuyo índice de pobreza
crítica ronda el 70% de su población, confinados en un territorio montañoso de
27 mil Km.2, que apenas posee un 2% de su vegetación que a su vez es presionada
por una demanda del uso del carbón o leña del 73% de su población.
El
21 de julio pasado, dos días antes de ser destituido como embajador de Haití
ante el país, Daniel Supplice envió una escueta carta al presidente Martelly en
la que descobija todas las calumnias y falsas actuaciones del gobierno haitiano
en contra de República Dominicana. Esta destitución se produjo, claramente, por
no estar de acuerdo con los “intereses” de la República de Haití.
El
exdiplomático y antropólogo, afirmó que los conflictos entre los estados se
resuelven “con calma, sabiduría y visión”, señalándole que “mientras usted lee
estas líneas, miles de nuestros hermanos siguen cruzando la frontera “Anba fil”
-por debajo alambres de púas- en busca de una vida mejor”.
Atribuyéndole
al gobierno haitiano la responsabilidad de “tampoco darle a nuestros ciudadanos
un acta de nacimiento demostrando que existen y creando internamente una
situación que podría impedir a millones de haitianos salir del país a todo
costo y, a veces en cualquier condición. Si no aceptamos el hecho de que hay un
problema, no habrá solución”.
Afirmando
además que en “211 años, no hemos tenido éxito en la reducción de las brechas
socioeconómicas o mitigar la espinosa cuestión del color”.
En
tal sentido, el gobierno dominicano deberá manejarse con fino tacto
diplomático, sin dejarse intimidar por presiones internacionales o del gobierno
haitiano. Solo debemos continuar el camino soberano de aplicar sin reservas la
política migratoria, sin renunciar jamás a los dictámenes de nuestra
Constitución, leyes y los principios del derecho internacional.
Es
tiempo, entonces, de que todos asumamos la responsabilidad en torno a la unidad
nacional de defensa y apoyo a todas las iniciativas del gobierno dirigidas en
ese sentido, sin importar las consecuencias de una comunidad internacional y
organismos, que sirven de “paño de lágrimas” y ocultan la inexistencia de un
Estado.
Haití,
en 211 años no ha podido satisfacer las necesidades más perentorias de un
pueblo cada vez más pobre, desamparado y olvidado, que perdió la fe de tener un
futuro provisorio, que no sea escapar para poder sobrevivir.
El autor es miembro fundador del Círculo Delta
Fuente Listin Diario.
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