viernes, 25 de julio de 2014

Muro Institucional


Homero Luis Lajara Solá

Santo Domingo
Las estrategias institucionales de un  país  nunca deben ser producto de la improvisación o de un capricho, tampoco ser el fruto de un ejercicio o del criterio individual. Toda estrategia debe partir de un diagnóstico de la realidad prevaleciente en un determinado momento, sin concentrarse solamente en buscar a los culpables  de la situación actual o pretérita. Hay que reconocer el conjunto de problemas existentes y comprender las razones por las cuales surgieron, para plantear soluciones posibles, destacando el orden y el principio de autoridad.
Todo experticio orientado a la cacería de brujas, además de desperdiciar tiempo valioso, está condenado al fracaso. Muchos de los presuntos culpables simplemente respondieron con sus acciones a las corrientes del momento, “buscaban sobrevivir”; corrientes éstas que, las más de las veces, pudieron tener su origen en fuerzas situadas fuera de la organización. Ya lo dijo en su momento el gran  filósofo español José Ortega y Gasset, “yo soy yo y mis circunstancias, y si no la salvamos a ellas no nos salvamos nosotros’’, por ende, no bastará con sustituir los hombres, es necesario, también, planificar estrategias que contribuyan a modificar sus circunstancias.
 A la hora de hacer un diagnóstico de cualquier cuerpo social, no es lo más útil concentrarse en el accionar de los individuos, sino en las circunstancias que condicionan dicho accionar, y al impartirse justicia, la misma debe ser drástica, pero dentro del marco de la ecuanimidad y prudencia jurisdiccional, aunque el infractor hubiera consumado el delito o crimen  sumido en las circunstancias o alevosamente. Así se actúa en un Estado Social y Democrático que respeta los derechos fundamentales de las personas.
Pero cuál es el significado de la estrategia y su importancia? Una estrategia es el conjunto de pautas y principios que sirven de orientación al proceso administrativo. La estrategia muestra el cómo, la ruta  a seguir para el logro de los objetivos.
A través de la formulación de un plan estratégico bien estructurado, se indica a todas las dependencias el camino a seguir para alcanzar los objetivos propuestos, minimizando así la posibilidad de distracciones y cambios de rumbo.
 Y sobre la institucionalidad, hemos entendido su alcance y significado? Esta palabra la hemos escuchado continuamente en los medios de comunicación como parte de los debates sobre las cosas públicas o del Estado. En nuestra opinión, la institucionalidad es un conjunto de órganos constitucionales del poder soberano en la nación, que en su correcto accionar pueden ser predecibles. Si hay institucionalidad en una organización las reglas son claras y se cumplen, de manera que, todo aquel que pertenece a dicha organización es sujeto de su acción, y sabe en todo momento a qué atenerse. Está seguro de que la forma de hacer las cosas no depende del  gobierno de turno ni del criterio personal de quien, en un momento determinado, funja,  creyéndose ser  dueño y señor de la organización que dirige, olvidando la transitoriedad de los cargos públicos, las consecuencias legales y el juicio inexorable de la historia.
En nuestro país la institucionalidad es débil, es preciso reconocerlo, y la historia pasada y presente  nos lo muestra. Uno de los principales escollos con el que hemos tropezado como nación, en nuestra ruta hacia el deseado desarrollo económico y social, es la falta de programación a largo plazo. Pareciera a veces que, cada nuevo funcionario, con  sus honrosas excepciones, conscientemente destruye todo lo hecho para reinventarlo, pues no se espera que  nada realizado por el antecesor sea bueno, o al menos digno de ser preservado.
Es un deber patriótico trabajar por una “institucionalidad real”. Los políticos tienen que convencerse que el encumbramiento de un funcionario público, debe de ser únicamente por su eficiencia, honradez y lealtad a los mejores interés de la patria. Eso se logra con el desarrollo institucional, el cual  erradica también el precedente intrigante y serpentino de las lacras y rémoras. Con este proceder se abren las puertas para muchos prospectos políticos y de la sociedad civil, que tienen interés de trabajar en la administración del Estado.
Visto desde una óptica antropológica, habitamos una isla, y ello ha marcado nuestra forma de ser. En ocasiones, los insulares no poseemos la visión de conjunto que tienen aquellos que habitan en territorios continentales. En éstos, geográficamente, queda evidenciado el sentido de pertenencia a una región. Las fronteras son tangibles, concretos recordatorios de problemáticas compartidas, claras exclusas a través de las cuales se intercambian personas e ideas. No como nuestra relación con el vecino Haití, donde fuerzas foráneas, con sus asociados locales, nos quieren imponer una integración sui generis, donde sólo hay un beneficiario, al cual esos sectores nos lo endosan como onerosa  y permanente deuda externa.
En ese orden de ideas, resulta sorprendente, independientemente de que se esté de acuerdo o no, la reacción desproporcionada de algunos compatriotas, en relación al ejercicio de soberanía que constituye el planteamiento de la construcción de un muro fronterizo con el vecino Haití. Si nos remontamos a la historia remota y reciente, los mismos existen desde los tiempos de Alejandro Magno, quien ordenó construir una inmensa empalizada en el Gurgan, para impedir el camino a los nómadas del Turkmenistán, los feroces y sangrientos guerreros del extremo norte de Asia menor.
El muro de Adriano, fortificación militar levantada entre el 122-127 d. de C., en Inglaterra- 117km de longitud-, desde la desembocadura del Tyne hasta el golfo de Solway, para contener la infiltración de los celedonios y proteger la parte ya sometida de Britania, es otro referente histórico. Actualmente, en Melilla, puerto de Marruecos, de soberanía española, allá España hizo una verja; y qué decir del pasado  muro de Berlín, o el construído entre México y  Los Estado Unidos; y el de la franja de Gaza, entre los palestinos e israelitas. Siempre han existido muros, hasta Haití hace poco  inicio uno en Elías PiñaÖ los muros no lo inventamos en la República Dominicana del nuevo milenio.  ¿Y entonces?
De todas formas, interpretamos  que el material y las instrucciones para construir ese muro fronterizo con Haití,  que ha encendido el debate público,   están  plasmados en la Ley 1-12, que contiene la Estrategia Nacional de Desarrollo 2010-2030, con cuyo esquema se deben aplicar  las políticas públicas. En la misma se resaltan aspectos esenciales en  nuestra ruta  para ser una nación próspera,  como es el reto de superar los problemas  y desafíos que limitan nuestro proceso de desarrollo. Para tales fines es indispensable contar con un Proyecto de Nación,  bajo la égida de un Estado progresista.   
En  vez de continuar con polémicas bizantinas y hasta insultantes, sobre la conveniencia o no del muro,  sería mejor utilizar el valioso tiempo en planificar un escenario con un clima de igualdad de oportunidades, justicia social y desarrollo integral, donde la capacidad de gestión refuerce el marco normativo institucional.
Sin dudas, el fortalecimiento de una frontera jurídica- iniciado con la histórica y valiente sentencia No. 168-13, del Tribunal Constitucional -, sería el más poderoso muro para  detener, no sólo a seres humanos  indefensos tratando de buscar mejor vida, sino  también a delincuentes y criminales, contrabandeando armas, drogas, carbón, etc.- no por matorrales, sino por carreteras custodiadas-, cargando epidemias y carencias, amparados en  la impunidad y la falta de responsabilidad del Estado, sobre todo en los sensitivos  ámbitos de seguridad y defensa.
Hay que iniciar una cruzada, sobre todo donde comienza la República Dominicana-la frontera-, para erradicar   la ignorancia y el irrespeto descarado a la Constitución y las leyes, obstáculos que nos tienen varados en el mar de la ineficiencia, corrupción y  pobreza, impulsados  por patrones globalizantes degradantes que incitan a  la pérdida de la identidad nacional y los  valores cívicos.
Forjar ese gran país con  que soñó Duarte, constituye el verdadero muro, para que nunca seamos vistos como un paraíso para los malhechores y mercaderes- locales y foráneos-, que, con su proceder, esclerotizan las arterias que suplen el  progreso que genera paz y tranquilidad al  colectivo dominicano. 

Fuente: Listin Diario

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