Por
Manuel NÚÑEZ Asencio
¿Qué oscuros mecanismos
llevan a individuos a mostrarse resentidos con su nación y a traicionar la lealtad que una persona
debería profesar por sus conciudadanos con los que comparte el pasado, la
lengua, la cultura y el territorio del cual él y sus antepasados son oriundos? ¿Qué convicciones llevan a
estos antihéroes a organizar su agresividad para infligirle daños espantosos a su país? Una
primera hipótesis nos lleva a la conclusión de que en la mayoría de los casos,
estas personas se hallan poseídas por ideologías que parecen explicarlo todo.
Que atrapan totalmente la mente del individuo. Que le dejan muy estrecho margen
para la reflexión, para el discernimiento e incluso para el ejercicio de la
libertad de criterio.
Después de muchas investigaciones, ninguna de las suposiciones
policiales daba en la diana para explicar qué razones llevaron a Lee Harvey
Oswald a asesinar el 22 de noviembre de 1963 en Dallas al Presidente de los
Estados Unidos, John F. Keneddy. La
teoría del complot se desvaneció. El
asesinato de Lee Harvey Oswald perpetrado
dos días después por Jack Ruby privó al mundo del testimonio directo del
asesino.
Andando el tiempo, se ha establecido que Harvey Oswald actuó
solo, influido poderosamente por la ideología marxista. Era tal su devoción y
su fundamentalismo, que, en 1959 trató de nacionalizarse como ciudadano
de la Unión Soviética. Finalmente, sus convicciones en contra de la sociedad en la que había
nacido, lo llevaron al terrorismo; con
su triste hazaña provocó el mayor
desmoronamiento moral que hasta entonces había conocido Estados Unidos. El combustible, la energía
que lo llevó a protagonizar el magnicidio-- con la colaboración directa de la
mafia, que manipuló al personaje--, fueron sus ideales. Para explicar el desajuste emocional no basta el dinero ni la gloria ni los beneficios. Su caso se asemeja enormemente al
de la estadounidense Ana Montes, la llamada reina de Cuba, que, hallándose al
más alto nivel, en El Consejo de
Seguridad de Estados Unidos, entregó a
la muerte a varios espías estadounidenses y sirvió de instrumento a un Estado extranjero,
con una devoción rayana en el fanatismo.
Dos ejemplos podrían ilustrar
en nuestro país esta actitud radical de ataque a los fundamentos mismos de
nuestra continuidad histórica. En 1997, el entonces embajador ante la OEA, don Flavio Darío Espinal nos introdujo en
las competencias de la Corte Interamericana de Costa Rica. Se sabía, desde
tiempos anteriores que ponernos bajo la tutela de este organismo, implicaría
recortar la soberanía del país, y permitiría que todas las organizaciones pro
haitiana, radicada en el país, pudieran emplear este recurso para humillar,
condenar y doblegar al Estado dominicano en el tema de los inmigrantes
ilegales. A pesar de las advertencias, el embajador procedió de forma
impetuosa, como si estuviera preparando un gran golpe, y logró colocar este
objetivo como la más importante hazaña de su misión diplomática.
Al año siguiente, sin que ni siquiera se hubiese refrendado
dicha Convención por el Congreso dominicano, fuimos condenados por la Corte
Interamericana, el 28 de octubre de
1998, sometidos por dos testigos el padre belga Pierre Ruquoy, Solange Pierre y otras organizaciones
dominicanas. El Estado dominicano fue,
entonces, conminado a otorgarle la
nacionalidad dominicana, a las niñas haitianas Dilcia Yean y Violeta Bosico, a
pagar las costas y gastos del proceso, es decir, el sueldo de los jueces, y a indemnizar económicamente a estas
familias haitianas. El 24 de octubre del 2012 se produjo la segunda condena por el caso Nadege Dorzema
y otros. En esa ocasión, fuimos sometidos por varias ONG, y fuimos condenados
al pago de un millón de dólares. Actualmente, estamos sometidos por varios
expedientes más. El objetivo de las organizaciones es mantenernos,
permanentemente, en el pasillo de los condenados.
Lo verdaderamente
paradójico es que el Estado haitiano mantiene privado a más del 40% de su
población de documentos de identidad, incluyendo a los que se han introducido
en nuestro país, y a ninguna ONG se le ha ocurrido denunciarlo, demandarlo,
acusarlo de racismo, discriminación, llevarlo a una Corte Internacional, y
lograr, finalmente, condenarlo. Ningún país ha ganado un caso en la Corte de
Costa Rica, manipulada con los criterios de una ONG. En vista de ello, Antigua y Barbuda, Bahamas, Belice, Canadá, Cuba, Estados Unidos, Guyana,
Saint Kitts y Nevis, Santa Lucía, San Vicente, las Granadinas, Trinidad y
Tobago y finalmente Venezuela se retiraron de la tutela de esa
Corte. Las protestas de Ecuador, Guatemala, Perú y Argentina por disposiciones que afectan su soberanía,
presagian la posibilidad de nuevos desprendimientos. Estamos en la picota jurídica de la Corte.
Sin embargo, desde el punto de vista del derecho internacional y conforme a
nuestra Constitución, no somos parte de la Corte. Porque nuestro Congreso aún
no ha ratificado ponernos bajo esa tutela internacional.
El último episodio heroico fue protagonizado por José Ángel Aquino, juez de nuestra
Junta Central Electoral. Desde hacía tiempo, el magistrado había decidido
filtrarles una información falsa a organismos internacionales. Según el informe
servido por Aquino, la Junta Central Electoral había excluido a 22.673 personas
del registro civil por ser descendientes de haitianos. Inmediatamente los
trovadores de las ONG y la Prensa adicta
a esas opiniones acusaron a la República Dominicana de genocidio civil. El
objetivo era documentar un expediente internacional contra el país y producir
un rechazo universal contra el ejercicio de la soberanía del Estado
dominicano. De no haber sido una burda
mentira, las consecuencias de este acto
agresivo, irresponsable, hubieran sido
devastadoras para el turismo, la imagen
del país y para las relaciones de la República Dominicana con el mundo.
¿Cuáles son las ideas que orientan a estos redentores de los
inmigrantes haitianos en el país que creen tener el monopolio de la compasión?,
¿cuáles son los sentimientos de estos personajes, practican una solidaridad selectiva,
hemipléjica, que sólo les interesa los pobres de Haití, y que muestra un
sobrado desprecio e indiferencia por los pobres dominicanos? Uno no llega a comprender por qué el extranjero ilegal siempre ha de tener la
razón en contra del Estado dominicano, en contra incluso de nuestra propia
existencia. En realidad, estas personas se hallan poseídas de un dogma
extravagante, según el cual la nación
debe desaparecer para dar nacimiento, a un mundo inventado, soñado o acaso
leído en libros mentirosos: a la idea de una fusión con Haití, de un Estado
binacional, en fin, a la anulación de la Independencia dominicana de 1844.
Ideas muy confusas y embrolladas que ellos no son capaces de defender
públicamente y a las claras. La verdad es que no logro comprender que haya
personas que crean que estas actitudes tengan algún efecto positivo para el
país.
Todas esas imputaciones, todos esos agravios se dirigen a un
hombre que nadie menciona pero cuyo ideario se combate tras bastidores. Un dominicano olvidado,
despreciado, colocado como un embeleco vacío de contenido en las ceremonias
oficiales y en el discurso de los que han decidido traicionar su pensamiento y,
al mismo tiempo, decirnos lo contrario.
Se llamaba Juan Pablo Duarte. Murió exiliado en Venezuela, pero satisfecho de ver ondear la bandera
dominicana, fue él quien escribió en su ideario “ Entre los dominicanos y los haitianos no es posible
la fusión”. Y, es , a pesar de los
olvidos y las conjuras, el padre de la patria ¡ Qué viva Juan Pablo Duarte!
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