Fue sobreviviente de los ataques de
submarinos alemanes en el Caribe, en 1942, en el hundimiento del buque mercante
“San Rafael”, por los torpedos del U-125 y la ira del tirano; se mantuvo
impartiendo docencia en la academia naval que él forjó.
Homero Luis Lajara Solá
“Respetuosamente,
que en su puente de mando, atracado en el puerto de la paz eterna, le sople un
buen terral, almirante de almirantes, viejo lobo de mar”.
Un
29 de julio de 1634, una expedición holandesa bajo el mando de Johanvan
Wallbeek, derrotó a los españoles, apoderándose de Curazao. Consecuencia de
esas hazañas navales, de un tronco que tuvo su génesis en el siglo XIX, con Jan
Willen De Windt; un primero de septiembre de 1882, arribó al puerto de
Sánchez, Enrique de Windt, el mismo día que el presidente Meriño colocó
la banda presidencial a Ulises Heureaux. Posteriormente llegó a
Samaná Eduardo De Windt, donde contrajo nupcias con la hermosa
doncella, Ana Lavandier, apodada por su belleza: “La Perla de Samaná”, de cuya
unión emergió de las profundidades del Gran Caribe, un
almirante y educador llamado César De Windt Lavandier.
Al
cumplirse hoy 24 de julio del 2013 el sexto aniversario de haber arriado
bandera en la batalla por la vida, o como él decía, al dar la vuelta de
campana, e irse en la Barca de Caronte; utilizamos el compás orientador y
filosófico de este faro del oficial naval y consagrado al deber, para una
necesaria reflexión relativa al desempeño profesional y personal, con ese
amor a la Patria y honor como norte, los cuales nuestro ilustre nauta trató
de inculcarnos por décadas, a las jóvenes generaciones de
oficiales de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional (algunos como el
suscrito, ya en honroso retiro), que nos privilegiamos de su prolífica cultura
y don de gente.
Su
alma naval, abarloada a la cultura, capacitación, costumbres, tradiciones y
protocolo riguroso, se consagró en Veracruz, México, plataforma que le
hizo entender la necesidad de contar -junto a una flota- con las
estructuras morales y académicas que iban a hacer de La Armada un grillete del
honor, no forjado en metal, para desarrollar el servicio de la nación, no
a hombres, aunque eso le costara la animadversión del tirano opresor.
Cual
escultor inspirado en su obra el almirante De Windt Lavandier se dedicó a
construir la base jurídica de la Marina de Guerra (Ley 3003 sobre Policía de
Puertos y Costas), así como el Reglamento Orgánico que sería la rosa náutica a
lo interno, emulando a Abraham Lincoln: “Si pudiéramos saber
primero dónde estamos (diagnóstico), y hacia dónde vamos (visión, dirección de
desarrollo), podríamos juzgar mejor qué hacer y cómo hacerlo (plan
operativo)”.
El
gran desarrollo de la Marina de Guerra, alcanzado en la jefatura/legado del
almirante César de Windt Lavandier (1949-1953), la cual contaba hasta con
aviones Catalina, proyectó un poder naval tal, que despertó el celo de
Trujillo, razones, según el manual del dictador, suficientes para destituir,
humillar y encarcelar a uno de los padres de la Marina de Guerra de la Tercera
República.
Como
discípulo de ese gran maestro, cantera de experiencias positivas inagotables,
siempre recuerdo sus sabios consejos: “Aprende historia, para que sepas amar a
Duarte, Luperón y a los demás próceres que se sacrificaron para que
tengamos una bandera que izar y un himno que cantar.
Aprende a adrizar tus propias velas y sé el capitán de tu destino. Deja que te caiga el salitre, vive las limitaciones del fondeo en isla Beata, y de un cabeceo que te sacuda el aparejo en cabo Mongón. Quién no se ha amarrado a Barba de Gato en Samaná (atracar con dos amarras que salen de proa que forman un ángulo de aproximadamente 40 grados), no sabe lo que es ser marino”.
Sobreviviente
de los ataques de submarinos alemanes en el Caribe (1942), en el
hundimiento de nuestro buque mercante “San Rafael”, por los torpedos del
U-125, y la ira del tirano, se mantuvo -ya en servicio pasivo-, con su
rutina sacerdotal, impartiendo docencia en la academia naval que forjó, y que
por sus grandes méritos lleva su nombre, hasta que llegó al puerto final de su
fructífera y ejemplar existencia, dejando una bien escogida biblioteca que debe
ser preservada y utilizada adecuadamente, como fuente de sapiencia y
conocimiento.
Hoy,
observando su luminosa estela, sin varadura alguna, debemos recordar siempre
ese prohombre de nuestra Armada; y actuar como él nos enseñó, recordando
que hay nombres, que por su conducta y legado, no solo reposan en la losa
fría de un camposanto.
Repitamos
a viva voz, imbuidos del compromiso eterno, tal y como expresó el
comandante Jaime Minor, invocando al Altísimo, representando nuestra
prestigiosa Liga Naval Dominicana en la tradicional actividad
(año 2010), en memoria a los “Marinos Caídos en el Cumplimiento del Deber”:
¡No
les devuelvas la vida, porque no puedes... entrégales la gloria, porque les
pertenece!
¡Almirante
César De Windt Lavandier! ¡GLORIA NAVAL DOMINICANA.
Fuente:
Listín Diario
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