
La envidia es un pecado capital, Manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo aunque sea en forma indebida cuando se desea al prójimo un mal grave, es un pecado mortal
El Catecismo de la Iglesia Católica, n391, nos dice: “Tras la elección desobediente de nuestros primeros padres se halla una voz seductora, opuesta a Dios (Gn.3, 1-5) que, por envidia lo hace caer en la muerte” (sb 2,24)”. La escritura y la Iglesia Catòlica ven en este ser un ángel caído llamado Satán o Diablo (Gn. 8,44; Ap.12, 9). San Mateo, capítulo 27, 18 dice:”Pilatos sabía que a Jesús se lo habían entregado por envidia, cuando preguntó a las turbas si querían que liberaran a Jesús o Barrabás”
Solamente con estos dos textos podríamos formarnos una idea de los grave y peligro que es el pecado capital de la envidia.
San León Magno afirma: La gracia inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la envidia del demonio “(Sermón 73,4)
Por lo tanto, con luz meridana se deduce que el primer pecado de Adán y Eva sucedió por envidia del Maligno y que Jesús, el gran seductor de corazones, fue entregado por envidia. Qué terrible, qué maligno, qué peligroso, qué dañino tiene que ser el pecado de la envidia que destruyó el estado de felicidad y de gracias de los primeros padres y entregó a Jesús a la muerte, a una muerte en la cruz.
La envidia existe más de lo que la gente piensa. Desde muy antiguo ya se estudió el pecado capital de la envidia.
Quinto Horacio Flaco decía que el envidioso con un diente muerde, come y siempre tiene hambre. Como el envidioso no puede ocultar, aunque quiera, su interioridad envidiosa, la manifiesta en la cara, en los ojos, en la boca; en todo su ser, deja ver la bilis, y como la bilis es verde, el envidioso se pone verde. El número 1866 del catecismo, nos presenta a la envidia como uno de los 7 pecados capitales, porque generan otros pecados.
San Gregorio Magno y San Juan Casiano estudiaron el pecado capital de la envidia.
El libro de la Sabiduría (2, 24), expresa: “La muerte entró en el mundo por la envidia del Diablo”
El número 2538 del Catecismo expresa: “El décimo mandamiento exige que se destierre del corazón humano la envidia “. Y añade “David envidiaba al pobre que tenía una sola ovejita y terminó robándosela”. La envidia puede conducir a las peores fechorías, dice el catecismo.
Luchamos entre nosotros y es la envidia la que nos arma a unos contra otros, dice San Juan Crisóstomo comentando a San Pablo en 2 Corintios 28,2-4. Tal vez sea el número 2539 del catecismo el texto que mejor nos pinta al envidiosos y a la envidia:
“La envidia es un pecado capital. Manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo aunque sea en forma indebida. Cuando se desea al prójimo un mal grave, es un pecado mortal”
San Agustín veía en la envidia el “pecado diabólico por excelencia”
San Gregorio Magno decía: “De la envidia nacen el odio, la malediciencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo la tristeza causada por su prosperidad.”
La envidia representa un rechazo de la caridad y una de las formas de la tristeza. La envidia procede con frecuencia del orgullo.
Dice San Juan Crisóstomo (Hom.In ROM. 7.3) “Querrías ver a dios glorificado por vosotros? Pues bien, alegraos del progreso del vuestro hermano y con eso Dios será glorificad por vosotros.
Dios será elevado, se dirá, porque su siervo ha sabido vencer la envidia poniendo su alegría en los méritos del otros.
Dice Baltazar Graciàn, en el Arte de la prudencia, No 162: “No hay venganza más insigne que los méritos y cualidades que vencen y atormentan a la envidia. Cada éxito es aumentar el tormento del envidioso. Para el competidor es un infierno la gloría del otro. Este es el mayor castigo: hacer del éxito el veneno. El envidioso no muere de una vez sino tantas como viven en las voces y aplausos del envidiado. La eternidad de la fama de uno compite co la penalidad del otro”
Pidamos al Espíritu Santo que destierre del corazón de los envidiosos el pecado diabólico por excelencia”: la envidia.
Autor. P . Miguel Ángel Santana Marcano. Mayor General (r), EN.
El Catecismo de la Iglesia Católica, n391, nos dice: “Tras la elección desobediente de nuestros primeros padres se halla una voz seductora, opuesta a Dios (Gn.3, 1-5) que, por envidia lo hace caer en la muerte” (sb 2,24)”. La escritura y la Iglesia Catòlica ven en este ser un ángel caído llamado Satán o Diablo (Gn. 8,44; Ap.12, 9). San Mateo, capítulo 27, 18 dice:”Pilatos sabía que a Jesús se lo habían entregado por envidia, cuando preguntó a las turbas si querían que liberaran a Jesús o Barrabás”
Solamente con estos dos textos podríamos formarnos una idea de los grave y peligro que es el pecado capital de la envidia.
San León Magno afirma: La gracia inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la envidia del demonio “(Sermón 73,4)
Por lo tanto, con luz meridana se deduce que el primer pecado de Adán y Eva sucedió por envidia del Maligno y que Jesús, el gran seductor de corazones, fue entregado por envidia. Qué terrible, qué maligno, qué peligroso, qué dañino tiene que ser el pecado de la envidia que destruyó el estado de felicidad y de gracias de los primeros padres y entregó a Jesús a la muerte, a una muerte en la cruz.
La envidia existe más de lo que la gente piensa. Desde muy antiguo ya se estudió el pecado capital de la envidia.
Quinto Horacio Flaco decía que el envidioso con un diente muerde, come y siempre tiene hambre. Como el envidioso no puede ocultar, aunque quiera, su interioridad envidiosa, la manifiesta en la cara, en los ojos, en la boca; en todo su ser, deja ver la bilis, y como la bilis es verde, el envidioso se pone verde. El número 1866 del catecismo, nos presenta a la envidia como uno de los 7 pecados capitales, porque generan otros pecados.
San Gregorio Magno y San Juan Casiano estudiaron el pecado capital de la envidia.
El libro de la Sabiduría (2, 24), expresa: “La muerte entró en el mundo por la envidia del Diablo”
El número 2538 del Catecismo expresa: “El décimo mandamiento exige que se destierre del corazón humano la envidia “. Y añade “David envidiaba al pobre que tenía una sola ovejita y terminó robándosela”. La envidia puede conducir a las peores fechorías, dice el catecismo.
Luchamos entre nosotros y es la envidia la que nos arma a unos contra otros, dice San Juan Crisóstomo comentando a San Pablo en 2 Corintios 28,2-4. Tal vez sea el número 2539 del catecismo el texto que mejor nos pinta al envidiosos y a la envidia:
“La envidia es un pecado capital. Manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo aunque sea en forma indebida. Cuando se desea al prójimo un mal grave, es un pecado mortal”
San Agustín veía en la envidia el “pecado diabólico por excelencia”
San Gregorio Magno decía: “De la envidia nacen el odio, la malediciencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo la tristeza causada por su prosperidad.”
La envidia representa un rechazo de la caridad y una de las formas de la tristeza. La envidia procede con frecuencia del orgullo.
Dice San Juan Crisóstomo (Hom.In ROM. 7.3) “Querrías ver a dios glorificado por vosotros? Pues bien, alegraos del progreso del vuestro hermano y con eso Dios será glorificad por vosotros.
Dios será elevado, se dirá, porque su siervo ha sabido vencer la envidia poniendo su alegría en los méritos del otros.
Dice Baltazar Graciàn, en el Arte de la prudencia, No 162: “No hay venganza más insigne que los méritos y cualidades que vencen y atormentan a la envidia. Cada éxito es aumentar el tormento del envidioso. Para el competidor es un infierno la gloría del otro. Este es el mayor castigo: hacer del éxito el veneno. El envidioso no muere de una vez sino tantas como viven en las voces y aplausos del envidiado. La eternidad de la fama de uno compite co la penalidad del otro”
Pidamos al Espíritu Santo que destierre del corazón de los envidiosos el pecado diabólico por excelencia”: la envidia.
Autor. P . Miguel Ángel Santana Marcano. Mayor General (r), EN.
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