Por: Helpis Rosado Guerrero
Este título suele ser muy raro, para tratarlo en un artículo de poca extensión, que tiene además una ínfima oportunidad para exponer sobre un tema escasamente conocido. Sin embargo, en este artículo se aborda una aproximación, marcada con un enfoque teológico de dos concepciones de alto sustrato filosófico, que poseen de por sí ⎯cada una⎯ su propia economía en la filosofía, tomando en cuenta la profunda abstracción que les caracteriza.
El primero de ellos es “Ethos”, que se refiere, en su sentido más fundamental. “al espíritu que permea a un grupo social, un conjunto de actitudes y valores, de hábitos arraigados en dicho grupo”. Otras concepciones sobre el término en referencia que pueden servir al propósito de abundar sobre su significado son las que menciona Mónica Porporatto en un artículo académico de su autoría, en el que manifiesta lo siguiente: “Ethos es una palabra griega que significa comportamiento”. “De ethos deriva el término ética, que es el estudio de la actividad o conducta humana en relación con los valores”. “El ethos se refiere al modo de comportamiento o rasgos distintivos de la conducta humana que forman la personalidad y el carácter”.
El otro concepto contrapuesto es el término alemán zeitgeist, que significa originalmente “el espíritu (Geist) del tiempo (Zeit)”. En términos filosóficos, se refiere al clima intelectual y cultural de una era. Es un espíritu de un tiempo y en el contexto de este mismo tinte argumental, el Apóstol Pablo quiso preconizar lo mismo, al señalar el espíritu que obraría en la mentalidad del mundo, desde su época hasta el final de la era humana, a la cual señalaba como: “el presente siglo malo” o “la corriente de este mundo”. A partir de los postulados de la filosofía clásica alemana, desde los días de Hegel hasta Heidegger se ha reputado el zeitgeist como una mentalidad o forma dominante de pensar que se manifiesta durante un tiempo determinado de la historia del pensamiento humano.
En este artículo no se hace un abordamiento directo al término filosófico como tal, en toda su riqueza y plenitud, sino que se ha empleado entre comillas “zeitgeist”, para señalar de manera alegórica la espuria pretensión, por parte de una corriente ideológica contemporánea, de querer imponer una línea de pensamiento que influya en la cultura actual, difundida ampliamente en las redes sociales, por grupos de interés que le han abierto su propia franquicia en el mercado de las ideas, bajo la forma de posición filosófica.
Un dato evidentemente curioso, retratándolo desde otro ángulo, es que el término zeitgeist, fue utilizado en cierto momento por Google Workspace para denominar una de las aplicaciones de su suite, que afortunadamente cambió dicha denominación de “Google Zeitgeist” a “Google Trends”, para citar un ejemplo paradigmático de como la cotidianidad digital de estos días retrata el término “zeitgeist” como sinónimo de tendencia o megatendencia (megatrends) que tienen su expresión en el ciberespacio.
En un artículo escrito por Danilo Guzmán de la Universidad Del Valle, titulado “El Ethos Filosófico”, él se refirió al Ethos de la manera siguiente: “El ideal de un ethos filosófico no puede ser otro que el de una filiación en la verdad: una comunidad de seres humanos integrada en torno a la verdad, al rechazo a permitir que en sus relaciones se cuele el engaño”. Completamente acorde con este concepto, en cuanto a tal posición, llama la atención el reflexionar ante un hecho consumado, cuya huella no se puede denostar, y es que, ineludiblemente, los rasgos de los valores judeocristianos están plasmados indeleblemente en la fisonomía moral del pueblo dominicano, a través del espíritu de sus principales instituciones.
Ejemplo destacado de lo antes dicho es que en la bandera nacional de la República Dominicana figura la cruz cristiana, símbolo del sacrificio, muerte y resurrección de Cristo. En su escudo de armas, esta cruz se repite en su composición central, así como en sus pabellones, que, por demás, llevan en su centro una Biblia abierta en los evangelios, haciendo mención del versículo ubicado en Juan 8:32 el cual contiene la declaración: “Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. A esto se agrega el hecho de que la palabra Dios es la primera expresión en la cinta conmemorativa que remata dicho escudo. Todo esto señala indubitablemente a una nación orgullosa de sus valores cristianos.
La constitución de la República Dominicana, carta magna de esta nación, establece el concepto de la vida y de las instituciones base de la sociedad, tales como la familia y el matrimonio sobre una concepción estricta y abiertamente judeocristiana. En este sentido, se debe acotar aquí que una constitución es la expresión de principios que rige una Nación-Estado y la del país siempre se ha expresado de manera libérrima y soberana en favor de estos principios, que derivan de su formación cultural primigenia, la cual hunde sus raíces, como nación occidental, en los valores judeo-cristianos.
Hoy día este espíritu mundialista amparado en una tónica pseudointelectual de “zeitgeist”, se cierne cual sombra sobre las instituciones locales buscando anteponer criterios basados en parámetros jurídicos, filosóficos y culturales embebidos en una moral nihilista y una ética relativista, a través de los medios de comunicación global, como lo es el internet. Los grupos que promueven posiciones contra la protección de la vida desde su concepción, la reproducción y el correcto estado del matrimonio entre un hombre y una mujer, han sido intencionadamente determinados en proyectar, a través del hedonismo ético, corrientes de pensamiento, que alimentan ideologías particulares, cuyo arraigo es claramente sesgado por sus propios intereses, en un enconado esfuerzo por colonizar ideológicamente a las naciones de occidente con este “zeitgeist”.
Es más que expresiva la contraposición enérgica de un pueblo, como el dominicano, que se resiste a rendir su bandera e identidad cultural a una moral particular que intenta enajenar sus valores fundamentales, marcando con ello el inicio de una batalla cultural cuyos horizontes se extienden por linderos insospechados, pero que ya van augurando que será campal y abiertamente aguerrida. Optar por los valores que forjaron a la República Dominicana, sostenerlos y defenderlos ⎯contra viento y marea⎯ es una actitud valiente y correcta y, además, una tarea pendiente de esta generación, que debe evitar a toda costa caer en la estulticia posición de envilecerse, al despotricar y dar coces contra lo que es evidentemente noble y correcto.
La ciudadanía tiene el deber cívico de ser censora de su propio proceso de institucionalización y legislación, para así vencer al “zeitgeist” de la mundialización, revalorizando el ethos de la verdad en contra de la falacia, la mentira y la media verdad; firmemente opuesta al relajamiento de las costumbres y las reservas de ley que sólo procuran el latrocinio de la verdad y dar visos de loas al imperio de la mentira que vulnera toda perfección moral. La palabra de Dios tiene una censura irrefrenable a tal acción al mencionar en Romanos 1:18 lo siguiente: “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad”. Tanto más enfático, el salmista David había proclamado ya, por inspiración divina en el libro de Salmos 94:20, bajo la figura de una pregunta retórica, lo siguiente: “¿Se juntará contigo el trono de iniquidades, que hace agravio bajo forma de ley?”.
Ser de convicciones firmes e incólumes es necesario en este tiempo de batalla ético-cultural y espiritual, sobre todo si se toma con carácter de solemnidad aquel lapidario anatema despachado por los labios del Dr. Martin Luther King Jr., prohombre en la lucha de los derechos civiles, mal comprendido por muchos, quien, en un discurso, cercano a su trágico deceso dijo: “Una nación o una civilización que sigue produciendo hombres de mente blanda, compra a plazos su propia muerte espiritual”.