Por:
David Paredes
Sentir atracción por una persona del
mismo sexo, ¿es correcto o no? ¿Es la homosexualidad una práctica social
benigna e inofensiva? Y si no lo es ¿cuál es la razón? ¿Amparan las leyes esta
práctica? ¿Es correcta la posición de grupos conservadores de oponerse a ello?
La homofobia ¿es justificable?
No es un secreto que los últimos 15
años, nuestro país ha visto como miles de ciudadanos con preferencias sexuales por
personas de su mismo género, han asumido una postura más liberal y explicita respecto
a sus predilecciones sexuales; lo cual ha traído automáticamente una
controversia social por las divergencias de opiniones de nuestros varios sectores
generales. Pero la pregunta a todo esto es: ¿Cuál de todas las posturas y
argumentos tiene la razón definitiva?
Empecemos por el principio. Nuestro país
opera bajo un sistema socio-político democrático, que se sustenta bajo los
cinco poderes estatales básicos, a saber, el Ejecutivo, el Judicial, el
Legislativo, el Municipal y el Electoral; cada uno con sus funciones bien
establecidas y delimitadas, con absoluta independencia (al menos en teoría) el
uno del otro.
Pero, ¿cuál es el primer antecedente de
sistema democrático del que se tiene conocimiento? Hay uno, mucho antes del que
pensamos que surgió en Roma. Citaremos
la Biblia, sólo como referente histórico en este caso. El primero de los
organigramas estatales conocidos, es relatado en el libro de Éxodo 18, versículos
del 17 al 24:
En medio de su periplo por el desierto,
el pueblo de Israel tenía en Moisés su máximo y único patriarca, líder y guía hasta ese momento; el
único inconveniente lógico de esto, es lo imposible que resultaba para un solo
hombre pastorear, supervisar e impartir justicia sobre más de 650 mil
israelitas en medio del desierto, desprovisto de cualquier plataforma logística
para ello. Es entonces cuando Jetro, sacerdote de las tierras de Madián, y además
suegro de Moisés, le advierte lo imposible sobre la titánica tarea de hacer
justicia él solo y le previene que eso que trataba de hacer, no estaba bien y
que en el intento “desfallecería él (Moisés) y todo su pueblo”… Y es cuando oportunamente le sugiere la
creación de un sistema de poderes divididos, funcionales, independientes y con
el homogéneo propósito de gobernar a ese pueblo Israel ¿y cómo? Siendo Moisés
la representación máxima en el pueblo (Poder Ejecutivo) para “mostrarles el
camino” mediante la aplicación de las leyes y los estatutos (Poder Legislativo);
y buscando entre el pueblo hombres virtuosos para ponerlos como “jefes de
millares” (Poder Municipal) y alguno de ellos para que “juzgaran al pueblo” y
deliberaran los asuntos (Poder Judicial y Electoral).
Está demás decir que la sabia sugerencia
de Jetro, se convirtió en un sistema perfecto que rigió la vida de ese indómito
y volcánico pueblo de Israel, para así sobrellevarlos durante su peregrinación,
a la tierra que fluía leche y miel, sin que antes se autodestruyeran.
No es casualidad que inmediatamente
después del establecimiento de esa estructura estatal, Jehová, en el capítulo
19 de Éxodo, reclamara a ese pueblo como Su “especial tesoro” (vers. 5), Su
pueblo escogido. Era menester de Moisés,
como máximo ejecutivo del pueblo, enseñarles el camino mediante los estatutos y
leyes (una parte detallados en Deuteronomio del capítulo 14 al 26)
conjuntamente con una estructura legislativa consignada para diseñarlas y
aplicarlas.
Pero lo que La Biblia no menciona hasta ese
momento, es quién proveyó la ley sustantiva sobre la cual debían desprenderse y
diseñarse las demás leyes derivadas y reglamentos de ese incipiente sistema
israelita. La respuesta es dada dos capítulos más adelante (Éxodo capitulo 20),
de la boca del Creador de Mundos en persona: la declaración de Los Diez
Mandamientos.
Volvamos al presente. Hoy en día es bien
sabido que casi la totalidad de las constituciones de los países donde opera la
democracia, (la de Estados Unidos, Francia y República Dominicana, por ejemplo)
están basadas en los Diez Mandamientos que se exponen en la Biblia. O lo que es
igual: el decálogo dictado hace 3400 años por el gran Yo Soy al pueblo de
Israel, es la materia prima de las legislaciones modernas.
Es gracias a las leyes de los países,
que la civilización hoy como la conocemos, existe. Con sus virtudes y defectos,
pero existe. No podríamos imaginar qué sería de una sociedad donde derramar
sangre inocente, robar al prójimo o no honrar a nuestros progenitores, no se
encuentre contemplado explícitamente como algo sancionable por las leyes del
hombre o las normas morales. Lo contrario sería un estado de barbarie y
anarquía incesante.
Y si los preceptos de Dios, son buenos
para una cosa, no pueden ser malos para la otra.
Ese Dios que con su voz proveyó la
materia prima para las normas legislativas que hoy sirven de regulación a
nuestras sociedades modernas, fue el mismo Dios que categorizó la preferencia
por una persona del mismo sexo como algo malo y aberrante… Pero ¿Por qué?
Asumamos la existencia de la vida misma,
en todas sus manifestaciones, como parte esencial del propósito de Dios. Los
seres humanos no han dejado de venir al mundo y poblar la Tierra desde sus
inicios, siempre viniendo por el mismo método (la natalidad) y yéndose por el
otro (la mortalidad). Reglas generales e invariables para el Reino Animal y
Reino Vegetal. Y a pesar, de los avances de la ciencia y la tecnología, en el
caso específico del Hombre, no importa el método de manipulación genética que
se emplee, su vida sólo es posible concebirla mediante la unión de dos células
haploides: un ovulo y un espermatozoide. Y no se conoce nada diferente. Es esta
la dinámica que permite la perpetuación del hombre sobre esta bola de lodo y
agua que llamamos planeta Tierra.
Notables científicos han expresado, que
crear vida partiendo de una casualidad cósmica es el equivalente a poner diez
fichas del 1 al 10 dentro de un pequeño cubo, agitarlas bien, lanzarlas encima
de la mesa y ¡zas! que todas las fichas caigan en secuencia ordenada desde el
primer número, el 1, hasta el 10. Las posibilidades son de una, en billones de
intentos. El planeta Tierra gira sobre su eje cada 23.56 horas,
invariablemente; la aceleración de la gravedad en el vacio es 9.80 metros
cuadrados por segundo, invariablemente; el agua está conformada por dos átomos
de hidrógeno y uno de oxigeno, invariablemente también; ¿y todo esto por qué?
Porque estos postulados inmutables son leyes que obedecen a un diseño universal
de todas las cosas; desde el infinito espacio exterior, hasta el mundo celular
en todas sus increíbles complejidades, todo es el artificio de un inteligente
diseño. Y si hay un diseño, sin dudas también existe un diseñador.
Ese diseñador, Jehová, estableció que
cada cosa creada en el Reino Animal y el Reino Vegetal fue hecha “según su
especie” (Génesis 1); es por eso que pese a los avances genéticos, hoy el olmo
no da peras, la albahaca no da orégano ni el guayabo, jugosos mangos. Bajo esa
misma premisa, el Diseñador Supremo estableció respecto a Su creación cimera,
el Ser Humano, que es hecho “a Su imagen y semejanza” y que “varón y hembra los
creó” (Génesis 1:27).
¿Entonces qué pasa con el
hermafroditismo? ¿Falló el diseño? ¿Se equivocó el Creador? ¿O diseñó un
“tercer sexo”? No, ninguna de las anteriores. La persona que nace con ambos
órganos genitales o rasgos característicos del sexo contrario, ha nacido con
una anomalía fisiológica, un detalle incongruente, mas no nació imperfecto, porque
como aquel que nace ciego, sordomudo, autista, con Down o sin alguna de sus
extremidades, no deja de ser en esencia lo que es: un ser humano. Entonces, ¿ese
ser humano nacido hermafrodita es “un hombre en el cuerpo de mujer” o viceversa,
o un irremediable homosexual? Tampoco. Pues “los olmos siguen sin parir peras”,
ya que cada cosa y cada quien fue creado categóricamente según su sexo y según
su especie.
Es lamentable que los prejuicios
ancestrales, el desconocimiento, el morbo popular, y en suma, el mal manejo de
la sociedad ente los casos de hermafroditismo, crean desconcierto y confusión
en sus afectados; al punto de llevarlos a patologías traumáticas que los
inducen eventualmente (en algunos casos) a una pérdida de identidad sexual y
distorsión de sus preferencias. Pero que conste: es la mano de la sociedad y no
la de Dios a quien deba culparse de ello… Pues nosotros sí que somos
imperfectos en nuestras obras.
Volviendo atrás, entonces ¿en que se
contrapone la práctica de la homosexualidad a los principios divinos? Y ¿es
esta práctica socialmente nociva? Y si es así ¿por qué lo es?
Si partimos del hecho que el
Todopoderoso impartió la base de las leyes que rigen la mayoría de nuestros estamentos
sociales y que es un gobernador inmutable y coherente sobre todas Sus
creaciones, deducimos que en el momento en que Él compara a los “Sodomitas”
(homosexuales) con perros, no estaría bromeando al respecto. “No habrá ramera entre las hijas de Israel, ni
habrá sodomita entre los hijos de
Israel… No traerás la paga de una ramera ni el precio de un perro a la casa de Jehová… Porque
abominación es… tanto lo uno como lo otro”, Deuteronomio 23: 17-18.
La homosexualidad es una práctica grave
y execrable ya que trunca el propósito de la perpetuación de la vida
establecida por Dios, ¿por qué? Porque una relación homosexual, más allá de lo
“afectivo”, conlleva intimidad sexual; y dicha intimidad sexual no propicia el
intercambio de dos células haploides que conciben vida (ovulo y espermatozoide).
Por tanto, las probabilidades de que esa relación dé curso a la creación de
Dios, tiene un solo desenlace: cero chance.
Figuremos un mundo donde todos sean
homosexuales, basado en la tasa de natalidad y mortalidad de dicha población,
la raza humana tendría un solo destino: su extinción total. Por tanto, una
práctica con estas repercusiones, no puede ser socialmente saludable y mucho
menos, debe ser modelo de conducta vendido y divulgado como algo “normal” o
“bueno”.
¿Es abominable también quien práctica la
homosexualidad? ¡No, de ninguna manera! Sólo la práctica que éste lleva a cabo;
puesto que él mismo es, pese a sus yerros, una creación preciada de Jehová. Este
argumento refuerza aquella máxima bíblica de que “Dios aborrece al pecado, mas
no al pecador”. ¡Que ofendido y triste
se siente un padre cuando su hijo saca malas calificaciones en la escuela o es
atrapado robándose un caramelo en la tienda de la esquina! Pero, ¿quita el
padre su apellido a ese hijo por tal acción o intenta quitarle la vida para
suprimir el oprobio? Definitivamente que no. Así mismo que el Creador tampoco a
Sus creaciones, a pesar de que practiquen el reprochable acto de
homosexualidad.
De tal manera, que si la homosexualidad
es repudiable por ser una práctica que va en contra de los incuestionables
intereses de Dios y la naturaleza, y socialmente tiene repercusiones
impensadas, la homofobia en todas sus manifestaciones, es injustificable e
igualmente condenable; pues la mancha es la práctica, no el practicante.
Pero, ¿puede una persona homosexual
revertir su curso y abandonar dicha práctica? ¡Claro que puede! Si consideramos
el hecho de que cada quien fue creado según su género, es natural inferir que
ninguna persona “nació homosexual”; por tanto, ha llegado a esa práctica
después de su nacimiento. De modo que así como decidió (consiente o no) desviar
el curso de sus preferencias heterosexuales a homosexuales, puede hacer el
proceso a la inversa.
Desde luego, ese cambio de conducta y preferencias
es posible lograrlo con la debida ayuda profesional, agotando los procesos
correspondientes; y sobre todo, entregando su confianza a ese Dios que le dio
la vida y lo creó “según su especie”, “varón y hembra”, como indica el primer
capítulo de Génesis.
Pero mientras, la persona con
preferencias homosexuales tienen todos los derechos que le confiere la Ley,
como ciudadano es igual que todos y así mismo debe ser tratado; no debe ser
perseguido ni excluido, y como lo establece la Constitución, tiene derecho ciudadano
a elegir y ser elegido; lo lamentable viene cuando consideran que la agenda de
sus preferencias sexuales personales, tiene mayor prioridad para ser ejecutada
que cualquier otra agenda más noble. Los homosexuales deben ser respetados,
pero ellos también están compelidos a respetar mi derecho a no saber, si no me
interesa, cuál es su preferencia sexual; y más aún, a respetar nuestros
derechos de que no nos vendan ni pregonen a los cuatro vientos, (a nosotros y a
nuestros hijos), que la práctica que ejercen es sana y moralmente aceptable…
Porque no es ni una, ni la otra.