Cuando alguien descubrió que controlar medios
de comunicación garantizaba impunidad, la verdad perdió importancia para ser
publicada.
Hamlet Hermann
El miércoles 17 de diciembre de 2014,
los Presidentes de Cuba y de Estados Unidos, Raúl Castro y Barack Obama,
publicaron sus intenciones de encaminar los primeros pasos hacia la
normalización de relaciones diplomáticas formales entre ambos países. Pocas
veces una noticia de esta naturaleza había provocado tantas reacciones,
favorables y contrapuestas, en tan corto tiempo. La alegría o la indignación se
expresaban en formas extremas en torno a los propósitos de los mandatarios.
Ningún espacio quedó para las “medias tintas” o para los indiferentes.
Ahora corresponde analizar y mirar hacia
el futuro para estimar qué va a ocurrir en lo inmediato. Se interpone a la
clarividencia el extremo secreto con que se manejó el proceso de conversaciones
durante año y medio, ocultamiento que parece mantenerse en los pasos a dar por
los principales actores.
Lo primero a destacar es que, más que un
acuerdo entre dos naciones, formalmente hablando, es un compromiso entre
sistemas diferentes: la Revolución cubana y el imperio estadounidense. Nadie se
llame a engaños y piense que el imperio ha comprometido su naturaleza
expansionista, voraz y agresiva. Allí todavía gobierna el complejo
militar-industrial-congresional que denunciara el presidente Eisenhower al
despedirse del poder en enero de 1961, pocos días después de romper relaciones
diplomáticas con el recién instalado gobierno revolucionario de Cuba.
Tampoco alguien debía pensar que la
Revolución cubana se ha transado y negado su esencia socialista y
transformadora. Muchos agravios sufrió ese pueblo mientras fue colonia de
España y luego república mediatizada de Estados Unidos con sus dictaduras de
ocasión. En contraste, muchos logros sociales ha obtenido el pueblo humilde con
el proceso revolucionario.
Para la Revolución cubana el acuerdo fue
ganancia neta. Luego de 54 años de sequía, se cumplieron todas y cada una de
las exigencias que había reclamado en sus diferencias con el imperio. Los
isleños siempre demandaron que se les tratara en plano de igualdad, que no se
violentara su soberanía nacional, que se respetaran su Constitución y sus
leyes, así como que nadie obstaculizara su política exterior basada en la
solidaridad internacionalista, ya en la paz como en las guerras de liberación.
Ahora bien, la situación del grupo
gobernante estadounidense es diferente y sus probables ganancias están a
futuro. El país militarmente más poderoso que ha conocido la humanidad frenó
súbitamente y está tomando audaces medidas que había evadido durante más de
medio siglo. El presidente Obama se ha atrevido a cometer varias herejías,
quizás provocado por la derrota electoral sufrida recientemente por los
candidatos del Partido Demócrata en las elecciones de medio término. En esos
comicios perdieron el control del Congreso de Estados Unidos, el cual
entregarán en unas cuantas semanas.
Esto parece haber provocado una suerte
de desesperación porque presagia derrota de los Demócratas en las próximas
elecciones presidenciales de 2016. Y han apretado el botón del pánico.
Decidieron aplicar una vez más, aquella frase atribuida a Tip O`Neill, eterno “speaker
of the House”. Decía: “Toda política, no importa donde se realice, sólo
importa en lo local.” Y el presidente Obama se ha dado a la tarea de
alborotar las avispas en busca de un apoyo de las cuantiosas minorías dentro de
Estados Unidos que pudieran estimular la consolidación del Partido Demócrata,
antes de las elecciones presidenciales. Además, maquillar un poco la
deteriorada imagen internacional del imperio interventor y guerrerista.
Viajó a la República Popular China y
allí firmó un compromiso para que los dos mayores contaminadores del ambiente
en todo el mundo redujeran sus emisiones nocivas.
No bien retornaba desde Asia, anunció
una regularización temporal de hasta cinco millones de inmigrantes
indocumentados, dándoles la oportunidad de evitar la deportación y optar por un
permiso de trabajo.
A seguidas impulsó la publicación de un
informe congresional en el que se daban a conocer las torturas y crímenes
cometidos por los aparatos de espionaje durante los tiempos de Bush y los
halcones Republicanos.
Ahora, Obama reta a los ultraderechistas
anunciando el acercamiento a Cuba, con la esperanza de que, con este conjunto
de medidas, pudiera lograr la consolidación del Partido Demócrata.
Vistos estos movimientos y confirmado tan
importante acuerdo, esperemos confiados en que ambas partes harán caso al
mensaje de Raúl Castro cuando expresó: “…debemos aprender el arte de
convivir de forma civilizada con nuestras diferencias.”
Y cada uno tendrá entonces un enorme
margen de ganancia, sin necesidad de atropellar a los demás.