Por Guarionex Concepción
La República Dominicana, como nación caribeña que es, ha vivido siempre víctima de las plagas que vienen y van de acuerdo a las estaciones del año y las condiciones climatológicas imperantes. De manera tal que cuando arrecia el verano se hace sentir la invasión de mosquitos en toda la geografía, situación que se agrava si se producen lluvias.
Siempre ha sido así, desde años ha, sin que exista una política de combate a esta plaga que alivie las condiciones de vida de los ciudadanos, principalmente de aquellos que viven en zonas rurales y barrios marginados. Fumigar de vez en cuando, como ocurre muy ocasionalmente, y en muy contados lugares, no resuelve el problema. El mosquito dura 30 horas, al cabo de las cuales muere. Con la fumigación se le acorta la vida, pero la larva se desarrolla y nace en pocas horas, por lo cual vuelve la plaga con las mismas fuerza.
Para mayo de 1961 se presentó en la Colonia de Juancho y sus alrededores una descomunal plaga de mosquitos que no daba sosiego a los moradores. De esta colonia, que pertenecía a la Reforma Agraria, ubicada en Oviedo, provincia Pedernales, estaba encargado un jovencito de unos 22 años, que respondía al nombre de José Antonio Leonardo Polanco, mozo recién graduado de ingeniero agrónomo. A él le tocó vivir allí un episodio dramático.
La densa masa conformada por los mosquitos en calles, patios, casas y sembradíos era tal que se supo de becerritos recién nacidos que morían por las picaduras de estos insectos. Más grave aún, se supo de la muerte de un niño afectado directamente por las picaduras. Esta plaga no distinguía entre humanos y animales, de modo que ir a los “comederos” de los burros, caballos y otras bestias, era prácticamente imposible, ya que los mosquitos, además de picar, se introducían por la boca y fosas nasales de los individuos.
Así las cosas, el encargado de la colonia se puso en contacto con funcionarios de la Secretaría de Agricultura, que tengo entendido se llamaba entonces Reforma Agraria, y avisó lo que estaba ocurriendo en su jurisdicción. Ni cortos ni perezosos los funcionarios que tenían que ver con estos aspectos de las colonias, mandaron una brigada que se encargó del problema. Los enviados llegaron allí con bombas y con unos tanques de un producto conocido como Aldrin, a cuyo solo olor los mosquitos huían, pero que, alcanzados por la fumigación, morían irremisiblemente. Puestos manos a la obra, los hombres de la brigada comenzaron fumigando casas y callejones, pastizales y comederos, charcos y lagunas, no dejando allí ni un solo mosquito para muestra.
Con lo que no se contaba, y que explica el ingeniero Leonardo, era con el efecto que este producto iba a ocasionar en los animales utilizados para la carga y el transporte, las especies domésticas y otros animalitos de la zona. “El Aldrin es un producto derivado de sustancias fosforadas –explica – y como tal su venta estaba prohibida en los Estados Unidos, por el efecto acumulativo negativo en los seres humanos”. No obstante su fabricación no estaba impedida. De modo que al ser un artículo que se conseguía barato, negociantes del país lo compraban al granel.
Recordando aquellos tiempos, con la prodigiosa memoria que tiene el amigo Leonardo, expresó que con la primera fumigación comenzaron cayendo los patos, gallinas, gallos, los perros, chivos y, desde luego, los mosquitos. “No hubo un caballo, un mulo, una bestia de las que se amarraban en los comederos que no muriera. Aquello fue cataclíptico – señala el hoy veterano profesional. “De inmediato llegó a la colonia, en el poblado de Oviedo, nada más y nada menos que el Secretario de Agricultura, que era el ingeniero Silvestre Alba de Moya. Esa visita – señala Leonardo- fue el día 28 ó 29 de mayo del año 1961”.
Ante toda aquella tragedia alguien tenía que pagar. “Yo lo voy a cancelar a usted por esto que ha pasado” – dice el ingeniero Leonardo que le expresó el Secretario. El joven ingeniero manifiesta que se quedó mirando al funcionario y le respondió: “Yo no puedo tener la culpa de esto, porque yo solo avisé a Agricultura lo que estaba ocurriendo con la plaga de mosquitos, no le dije a nadie que utilizara Aldrim”. Alba de Moya se quedó mirando a Leonardo y le dice: “Bueno, de todas maneras usted es muy joven para ser encargado de una colonia”.
Acorralado al mozo, lo que le sale fue decirle al Secretario: “Por eso no, porque se podría decir entonces que usted es una persona muy vieja para ser secretario de Agricultura, y sin embargo usted lo es”. Ya la paciencia del alto funcionario había sido colmada para entonces, de modo que le responde a su subordinado: “Mire, yo en realidad lo que pensaba era en trasladarlo, pero ahora lo voy a cancelar de una vez”, y volteándose a sus asistentes les dice: “Ya oyeron, tomen nota de esto para darle curso tan pronto estemos en la capital”, y acto seguido abandonó el lugar.
Afortunadamente para el ingeniero agrónomo José Leonardo, el 29 de mayo de 1961 fue la víspera del histórico día en que se puso fin a la vida del Generalísimo Rafael Leonidas Trujillo, lo cual alteró todas las labores administrativas del Estado, e hizo que su cancelación quedara sin efecto, olvidada en una gaveta ante los graves acontecimientos que iniciaban en el país.