Escuchar la calma
Por
Homero Luis Lajara Solá
Hablar de “Noche de Paz” es entrar en un territorio donde la música deja de ser simple acompañamiento y se convierte en memoria colectiva, en susurro espiritual que atraviesa generaciones, idiomas y fronteras.
La canción nació lejos de los grandes salones y de las catedrales fastuosas. Su origen es humilde, casi doméstico, y quizá por eso ha logrado permanecer intacta en el corazón del mundo.
La letra fue escrita en 1816 por Joseph Mohr, un joven sacerdote austríaco, en un tiempo marcado por la pobreza y la incertidumbre que dejó Europa tras las guerras napoleónicas.
Dos años más tarde, en la Nochebuena de 1818, Mohr pidió a su amigo Franz Xaver Gruber, maestro de escuela y organista, que le pusiera música al poema. El lugar fue la pequeña iglesia de San Nicolás, en Oberndorf, un pueblo cercano a Salzburgo.
La tradición cuenta que el órgano estaba dañado, lo que obligó a interpretar la canción con una guitarra.
Sea mito o realidad, ese detalle refuerza el carácter íntimo de la obra: una melodía sencilla, sin alardes, pensada para ser cantada más que exhibida.
Aquella noche, Mohr cantó y tocó la guitarra; Gruber lo acompañó con una segunda voz. Nadie imaginaba que ese gesto casi improvisado daría origen a una de las composiciones más universales de la historia.
Su significado va mucho más allá del relato del nacimiento de Jesús. “Noche de Paz” habla del anhelo humano por el silencio, por la tregua interior, por un instante en que el ruido del mundo se detiene.
No hay estridencia ni dramatismo: hay calma, luz suave, contemplación. La figura del niño dormido simboliza la fragilidad, pero también la esperanza; la paz no como conquista ruidosa, sino como estado del alma.
Tal vez por eso la canción ha sido cantada en trincheras, hospitales, hogares modestos y grandes catedrales.
Durante la Primera Guerra Mundial, soldados de bandos enemigos la entonaron simultáneamente en Nochebuena, recordando que incluso en medio del conflicto más brutal, la humanidad conserva un hilo común. Pocas obras musicales pueden decir lo mismo.
Hoy, traducida a más de trescientos idiomas, “Noche de Paz” sigue siendo fiel a su esencia original. No depende del virtuosismo ni del contexto religioso estricto; se sostiene en la sencillez y en una verdad profunda: la paz auténtica comienza en lo íntimo, en el recogimiento, en la capacidad de guardar silencio frente al misterio.
Quizá ahí radica su fuerza. En un mundo que grita, “Noche de Paz” no alza la voz. Simplemente permanece. Y al hacerlo, nos recuerda que, al menos una noche al año —y ojalá muchas más—, todavía es posible escuchar la calma.


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