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domingo, 28 de septiembre de 2025

De mi bitácora personal ( 1954) Apendicitis en el Atlántico




El Leño Pinto Digital



Cápsula naval 



Por : Homero Luis Lajara Solá 


De mi bitácora personal ( 1954)  

En su ruta de regreso al país, tras la larga y exitosa misión naval a España 1954, mi padre, ya instalado en su despacho, recibió una llamada de emergencia por radio desde el buque insignia —el destructor— realizada por el comandante de la misión, capitán de fragata Ángel  Brito Santana

Se había presentado una crisis médica con un cadete de la Aviación Militar Dominicana de apellido Plutarco. 

Según el diagnóstico del teniente de navío médico a bordo, Peralta Gómez, se trataba de un probable caso de apendicitis que requería intervención quirúrgica urgente. 

En aquel tiempo, en medio del Atlántico, era impensable disponer de un quirófano adecuado para una operación tan delicada.

El Jefe de Estado Mayor escuchó la información, la procesó con rapidez y, consciente de que había una vida en juego, ordenó de inmediato el “trasbordo” en altamar del cadete, desde la fragata al destructor —el buque de mayor velocidad— para poner rumbo a la isla de Puerto Rico. 

Allí, previa coordinación casi inmediata, un hospital militar estaba dispuesto a recibir al paciente y realizar la intervención. 

Durante la travesía, mi padre envió una comunicación al generalísimo Rafael Leónidas Trujillo Molina informándole, paso por paso, las medidas adoptadas. Gracias a esa decisión, al cadete Plutarco se le salvó la vida.

Pero el relato no terminó ahí.
Cuando los barcos llegaron a Santo Domingo y se celebraba el recibimiento oficial tras la misión en España, Trujillo, delante de todo el alto mando, intentó ponerlo en aprietos preguntándole con qué autoridad había ordenado que un buque de guerra dominicano entrara a un puerto extranjero. 

Mi padre, sabiendo que su proceso de desgracia ya tenía izado el gallardete rojo de guerra por parte de Trujillo, respondió con firmeza:

Generalísimo, respetuosamente le remití un informe pormenorizado y, ante el peligro de muerte del cadete, ordené que el buque entrara a Puerto Rico para los fines procedentes.

Trujillo lo interrumpió, con gesto duro:

—¿Pero con qué autoridad hizo eso?

Mi padre, como un rayo, contestó respetuosamente:

Con la autoridad que me confirió el decreto que me nombró Jefe de Estado Mayor de la Marina de Guerra, Jefe.

El silencio fue total. Trujillo lo miró fijamente, sonrió con ironía y abordó su vehículo sin despedirse de nadie. El zafarrancho estaba en pie.

Años después, ya con mi propia experiencia militar, le pregunté a mi padre por aquella respuesta y él, sonriendo, me dijo:

El que va a ser tirado por la borda tiene derecho a elegir de qué banda lo tiran.

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