El Leño Pinto Digital
En toda Armada, los viejos lobos de mar —guardianes del principio de autoridad— han de ser faros que guíen y rómpeolas que contengan la intriga y el comentario impertinente.
Cápsula Naval
En la mar de la vida institucional, toda singladura llega a puerto y todo capitán entrega, tarde o temprano, el timón a otro.
Es norma de buen gobierno naval que, una vez transferido el mando, las velas se orienten hacia el porvenir y no se consuma combustible valioso en críticas tardías contra quien ya va a desembarcar
Los aciertos y errores de su travesía quedarán asentados en la bitácora que escriben los estamentos competentes y, con el tiempo, el juicio sereno de la historia.
Mayor es la falta cuando son los propios tripulantes quienes, olvidando la disciplina de a bordo, comentan negativamente en público sobre sus comandantes, incluso cuando estos navegan aún en el epílogo de su gloria.
En toda Armada, los viejos lobos de mar —guardianes del principio de autoridad— han de ser faros que guíen y rómpeolas que contengan la intriga y el comentario impertinente.
“Un oficial naval de alto porte sabe que el honor de la nave se resguarda manteniendo prudencia al emitir juicios de valor sobre quienes la han comandado”.
La estela que deja un mando, como la huella en el mar, no se borra; permanece como carta de navegación para la memoria institucional y como faro para quienes toman el timón después.
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