Por Milton Olivo
Era una tarde cualquiera en la República Dominicana, pero el murmullo en las esquinas ya no era el mismo. Los colmados aún despachaban a crédito, los motores seguían zigzagueando por avenidas abarrotadas, y los niños jugaban con botellas vacías como si fueran carritos de carrera.
Pero algo estaba cambiando. No era solo el calor —que cada año parece más hirviente— ni el alza del arroz. Era el aire, cargado de preguntas sin respuestas:
Hoy, el futuro inmediato de la República Dominicana se escribe con las plumas de unos pocos; grupos empresariales, consorcios familiares y élites políticas que manejan los hilos del poder; repatriando sus capitales, perpetuando salarios de miseria, ahogando la posibilidad de creación de nuevos sectores productivos, condenando al pueblo al desempleo creciente y pésimos servicios públicos.
Deciden qué se importa, qué se exporta, quién accede a crédito, a salud, a educación. La riqueza se concentra como agua en el fondo de un barril inclinado, y el resto del pueblo, desde los bateyes hasta los barrios urbanos, vive de las gotas que se escurren.
Las políticas que se implementan —dicen los que aún alzan la voz— no buscan el desarrollo de los potenciales sectores productivos—, sino el mantenimiento de un modelo: uno donde importar es más rentable que producir, donde el endeudamiento externo sustituye como fuente de ingreso la multiplicación de las exportaciones, y donde los capitales, lejos de echar raíces, vuelan hacia bancos extranjeros, lejos de la tierra que los vio nacer.
Pero entre tanto desencanto, se asoma una posibilidad. Algunos la llaman utopía, el cambio anhelado, otros. Es la esperanza de una transición, de profundizar el cambio, de un mañana donde la voluntad nacional no esté supeditada a intereses de cúpulas, sino a una causa común encarnada por un liderazgo nacionalista, patriótico, pragmático. Un liderazgo que piense en Quisqueya como potencia y no como Colonia.
Ese mañana —aún en construcción— implica un viraje total. Significa invertir en los sectores productivos que el país tiene y ha ignorado: agroindustria, manufactura, tecnología, pesca industrial, acuicultura, mecatronica, biotecnología, inteligencia artificial, industria naval, armas, etc.
Impulsar una verdadera industrialización, no sólo para el mercado interno, sino para exportar agroproductos transformado o tecnología con sello dominicano a todos los rincones del mundo. Hablar no de zonas francas que esclavizan, sino de un sector industrial 4.0 que genere empleos bien remunerados, innovación y valor agregado.
También significa enfrentar lo que por décadas se ha visto como intocable: la privatización de lo público, o la apropiación de los bienes de todos; como fueron las tierras del CEA, San Souci, CORDE, etc. Nacionalizar el sistema de salud para garantizar acceso real, sin diferencias de clase. Estatizar los fondos de pensiones para que ese dinero —el sudor del pueblo— se invierta en obras, en infraestructura, en innovación, en bienestar. En desarrollo, al fin.
La crónica de esta nación está aún en curso. No está escrita en piedra. Y aunque el presente se vea nublado por las grietas del decadente sistema actual, la historia nos enseña que los pueblos, tarde o temprano, despiertan. Que la voluntad popular, cuando se organiza, o estalla puede cambiar destinos.
Quizás estamos a las puertas de una nueva era, post-imperial, post-dependiente. Una era donde “ser dominicano” no sea sinónimo de sobrevivir, sino de construir. Espero que los grupos dominantes comprendan el riesgo explosivo que encierra la concentración de la riqueza y la exclusión social de las mayorías.
Porque en el fondo, cada colmado, cada cañaveral, cada madre soltera que manda a su hijo a la escuela con lo poco que tiene, guarda la misma esperanza: ver a Quisqueya alzarse como potencia, no por decreto, sino por organización, trabajo, educación e innovación.
No olvidar que por no entender esto, y solo querer perpetuar sus intereses, la oligarquía dominicana que ejecutó con el traidor presidente Pedro Santana la Anexión, posteriormente fue la primera oligarquía americana que tuvo que exiliarse en América, con la derrota de la anexión, y el triunfo de la guerra de la Restauración.
La historia es un profeta con la mirada vuelta hacia atrás……. Que por lo que fue y por lo que es, te anuncia lo que será.
El autor es escritor y activista por una Quisqueya potencia
Milton Olivo
SANTO DOMINGO, R.D.
Antes de imprimir este mensaje piense bien si es necesario hacerlo: El medio ambiente es cosa de todos.
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