Quienes ocupan altos cargos públicos, y en particular en las instancias judiciales, sólo alcanzan niveles aceptables de éxito si tienen fe, conocimiento y madurez, expresada esta última en actos de prudencia y sabiduría.
Sólo quien conozca profundamente que el litigio es un conflicto entre dos o más partes a ser dirimido por un tercero imparcial, que es el juez, y en el cual unos ganan, otros pierden y sólo uno tiene la razón: el juez; está habilitado para manejar con tranquilidad profesional y de conciencia un cargo en un Estado social, constitucional y democrático de derecho.
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