Medios digitales disponible

domingo, 27 de octubre de 2013

Conferencia del periodista, investigador y consultor para Asuntos Caribeños, Tony Pina,

Ante XIX Congreso de Organizaciones Progresistas de América Latina

Compañeros de México, Chile, Venezuela, Brasil, Jamaica, Ecuador, Uruguay, Cuba, Paraguay, Puerto Rico, Argentina, Nicaragua, Bélice, Panamá, Guatemala y El Salvador:
Delegados y diplomáticos de América Latina:
Profesores y estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la más grande de América:
Un abrazo efusivo a todos:
¡Qué puedo decirles aquí improvisadamente! Las palabras no me salen al igual a como las escribo. Es mejor sentir que decir.
¡Qué reto tengo por delante: hablar después de la magistral conferencia de la exquisita representante de Colombia! 
Pero en mi país, nuestro presidente Danilo Medina exclamó al asumir el mando: ¡Manos a la obra!, por lo que sólo me queda que decir aquí también: ¡Manos a la obra!
Este año vengo a México por tercera ocasión. Casi siempre no puedo detenerme en esta gran ciudad de 28 millones de habitantes. Caben dos Nueva York. Siempre vengo a encuentros académicos, profesionales y políticos signan mi estancia en estas tierras de aztecas y mayas. Anoche estuve en la mundialmente famosa Plaza Garibaldi viendo cantar a los mariachis y me acordé, indistintamente, de la primera vez, en 1998, cuando acudí a un concierto en un estadio tan grande y poblado de tanta gente como el Estadio Azteca, a presenciar de cerca a Joaquín Sabina y a la inmortal Chavela Vargas, y ya sé por qué no me fui con ella en su ‘último trago’, porque si así hubiese sido no estaría hoy aquí junto a ustedes en este hermoso día de la antiotoñal Ciudad México. 
De veras les digo que me decidí a venir a este evento a última hora, luego de andar la geografía dominicana de punta a punta, de convivir con el que tiene un pedazo de pan y con el que no tiene nada, absolutamente nada, ni siquiera un manto para cubrir su anémica anatomía en el desvencijado rancho; desde guarecerme de la lluvia en una casa de mármol con piscinas en los jardines por todas partes hasta el que habita una casucha forrada de palos secos y yaguas; y asisto a este evento inspirado en las ideas de Simón Bolívar, César Augusto Sandino, José Martí y nuestro Juan Pablo Duarte, cuatro grandes entre tantos hombres grandes que ha parido esta América nuestra, en aras plantear mis ideas para allanar el camino a la integración de esta gran región del mundo, escenario donde fluyen las ideas de manera libérrima, reduciendo de esa manera, esencialmente democrática, el espacio de la confrontación violenta; en esa búsqueda de lo vivible y lo menos tormentoso. Pero, pese a todas las amenazas que subyacen contra la paz, las ideas cobran más bríos y poco a poco se van imponiendo, lentas pero firmes, a la fuerza y a la negación del hombre por el hombre. De ahí que el diálogo, ese camino que nos enseñó el primer revolucionario del mundo: Jesucristo, se impondrá decididamente como única vía de solución de conflictos; porque fue el Mesías, incluso, víctima de todos las calumnias y de todos los agravios y, sin embargo, siempre su espíritu y su vindicación fue propugnar por la redención cristiana, por esa cultura de paz que prevaleció en su Evangelio y por la que murió siendo odiado, pero también siendo amado.
Ese negocio de la confrontación ha prevalecido siempre porque de la guerra viven los más fuertes, mientras los ‘pendejos’, como decimos en Santo Domingo a los débiles, nos exponemos al embate y hasta ni respirar nos dejan. Es, pues, la guerra un negocio, el más inicuo, el más perverso y el más atentatorio contra la humanidad. La paz debería ser el estado natural por excelencia en que deberíamos vivir, pero el hombre lo trastoca, violenta y trastorna todo, incluso casi siempre se ensaña contra sigo mismo. ¡Qué cosa, hermanos latinoamericanos, inverosímilmente más incierta somos!
Mi isla La Española, la que compartimos junto Haití, tuvo la desgracia histórica de ser colonizada por España, la hermosa península ibérica donde, sin embargo, sus propios habitantes nunca han podido encontrar la manera de echar hacia adelante, cayéndose históricamente de bruces, desde ser un imperio poderoso hasta verla hoy convertida en cenicienta de Europa… y del mundo. 
En mi país, un país siamés con Haití, donde España comenzó a decantarse para siempre y por eso por ahí está subida aún en una carabela, el Tribunal Constitucional ha dictado recientemente una sentencia relativa al problema migratorio del cual ciertamente somos víctimas. Se estima que alrededor de dos millones de haitianos viven en República Dominicana de manera indocumentada; y no se sabe a cuántos miles ascienden los chinos, cubanos y de otras nacionalidades que subrepticiamente también hacen residencia de manera ilegal en el territorio dominicano. 
Estados Unidos tiene ese mismo problema con ustedes, mexicanos alegres y país que estimo tanto; también Estados Unidos tiene ese mismo problema con los dominicanos y con todas esas naciones donde la gente huye al Norte en procura de un mejor sistema de vida. Esa ‘muralla china’ que Estados Unidos construye en la frontera entre su país y este país es el mejor testigo de la preocupación norteamericana respecto a la inmigración de ilegales. El presidente Barack Obama ni siquiera cuenta con el apoyo de los republicanos para resolver tan inquietante problema, pero él piensa que ‘amurallando’ a su país es una alternativa al menos para controlar el contrabando de ‘mojaítos’ que pasan o intentan pasar diariamente a su territorio. ¡Y amén! Qué bueno que cada país ponga las reglas de juego, al igual que cada uno de nosotros ponemos nuestras reglas de juego en cuanto a permitir o no la entrada de personas a nuestras casas.
He sido invitado a este evento para hablar de esa sentencia, pero no quiero calificarla, porque la abogacía mía solo existe en mí para la solidaridad a los que sufren y los abusados. Empero, sociológica y comunicacionalmente la tildo de inhumana, excluyente y racista porque los organismos encargados de hacerlas cumplir, como la Dirección General de Migración y la Junta Central Electoral, no toman en cuenta más que a los haitianos, infelices seres humanos que huyen a su país como “el diablo le huye a la cruz”, por razones de hambre, por razones de subsistencia.
Mi país, un puñado de diez millones de habitantes y una diáspora esparcida por el mundo que se estima en dos millones, es un país complejo: somos el único país del mundo de colores variopintos; y, sin embargo, nos creemos blancos. La mayoría de nosotros ni siquiera sabe que el más auténtico de los dominicanos, el forjador de nuestra nacionalidad, jamás quiso volver a su territorio después que fue conminado, echado a patadas, al exilio, y prefirió morir fabricando velas a manos y jamás, repito, volver al terruño por él creado; y es que los dominicanos tampoco comprendimos en la dominicanidad, porque si fuimos capaces de dejar morir en la miseria a nuestro fundador ¿cómo tenemos moral para reivindicar lo que no supimos comprender lo que era una Patria libre, soberana e independiente?
Ciertamente República Dominicana fue el resultado de una lucha campal contra Haití, país que no volvió a tirar una piedra contra nosotros luego de sucumbir sus tropas en un pueblo en Santiago, el primer Santiago de América, en la heroica batalla del 30 de marzo de 1844. ¿Qué pasó luego? Los malos dominicanos echamos a Duarte, anexamos al país a la inefable España, nos liberamos después, y volvimos a intentar anexarnos a Estados Unidos. Esos datos precisos y bibliografiados son ignorados por los racistas, esos que les pagan el boleto aéreo a sus mujeres que tienen visas o residencias y las mandan a parir a Estados Unidos para que sus hijos nazcan con “el pan debajo del brazo”.
Son tan crueles esos compatriotas míos que así piensan que promueven algunos al tirano Trujillo, a quien llaman “nacionalista” por haber desatado la terrible matanza de unos 20 mil haitianos, en 1937, y hace unos días en Constanza, un pueblo de la Sierra del Cibao, un ex raso militar tuvo que ser reducido a prisión por encabezar una manifestación de loas al sátrapa, atentando contra una ley que prohíbe alabar y patrocinar actividades en favor del más despiadado y sanguinario dictador que haya parido América Latina.
Nuestros historiadores, en ningún libro de texto secundario o universitario, nos enseñaron a que Haití y República Dominicana son dos países siameses y que las oligarquías de ambos pueblos se han mantenido, precisamente, confundiendo y haciendo propalar mentiras en contra del supuesto peligro de amenaza de fusionar la isla. Ahora, en medio de gran campaña mediática, pregonan que Estados Unidos, Francia y Canadá promueven la fusión, pero a preguntarles a los dominicanos que viven en los rascacielos por qué no exhiben su nacionalismo y se largan a nuestro país. Hay que ser muy masoquista para vivir en el vientre del imperio norteamericano, el que alegadamente promueve esos intentos, y quedarse de brazos cruzados. ¡Ah no, eso no!, como dice Ana Gabriel allá en Sinaloa, esa ‘ronquita’ que tanto nos deleita con sus canciones de desamor, porque no quieren prescindir de sus ‘bonanzas’ y cuando les pasa dos inviernos ¡ay, mi madre, son los blanquitos más blancos del mundo!
Esos somos los presumidos dominicanos que nos envenenan con esa campaña mediática. Comenzaron hace unos meses (yo estaba precisamente en México, en julio pasado) diciendo en las redes sociales y en los medios de comunicación de masas que los haitianos eran unos ingratos porque habían boicoteado el negocio de los pollos y huevos, y nunca les dijeron a los dominicanos que los haitianos ya no compraban pollos ni huevos a través de la frontera porque empresarios dominicanos y haitianos se habían asociados para construir granjas avícolas desde Jacmel a Fort Liberté. Si el huevo y el pollo, por economía de transporte, les salen más baratos, ¿es negocio comprarlos más caros? Solo diría: no más pregunta, Su Señoría.
Pero las sistemáticas campañas de odio no se para ahí. En esos mismos días la prensa dominicana “denunció” que Haití había prohibido la entrada de un furgón de productos agrícolas dominicanos; y de nuevo más preguntas: ¿Es ilegal que un país exija controles fitosanitarios para el ingreso de mercancías desde un país extranjero? ¿Cuántos furgones devuelve de productos dominicanos los Estados Unidos por no reunir esas condiciones? ¿Y qué pasa? No pasa nada, porque es potestad de un país vigilar porque se cumplan esos controles. Ah no, en mi país esa fue una noticia de primera plana.
Haití es un país atrasado, el más pobre de América, y hasta de su desgracia, cuando el terremoto de enero de 2010, fuimos los dominicanos de buena voluntad a ayudarles; pero no se paren, quédense sentados como están, cuando les diga que de esa hecatombe humana malos dominicanos enquistados en el pasado gobierno se hicieron millonarios y se siguen haciendo millonarios haciendo negocios con Haití. Les regalaron inclusive una universidad para ahora sacársela en cara y hasta el helicóptero que transporta al presidente Martelly se lo regalaron esos negociantes y políticos dominicanos que desfalcaron el Estado dominicano. ¡Qué barbaridad! Qué cosa somos en verdad los dominicanos!
Detrás de esa migración incontrolada que en verdad hay que pararla, sin embargo, están esas mismas manos poderosamente criminales, manos que viven del trasiego de indocumentados, manos que permiten la entrada ilegal a través de la frontera de ambos países porque les deja pingües beneficios, comenzando por los militares, los hacendados agrícolas y los empresarios e ingenieros contratistas de obras del Estado y privadas.
La migración o la inmigración es un problema tan difícil como su antigüedad misma. Ya Jehová, cuando sacó al pueblo de Israel de Egipto, confrontó a través de Moisés sus mayores ‘dolores de cabeza’: las siete plagas de Egipto, el Maná y la poca fe de su pueblo y la debilidad de Moisés en cuanto a sus flaquezas y creencias. ¿De qué huía el pueblo de Dios? Huía de la muerte y del hambre, muerte y hambre provocadas por el temible faraón Ramsés II.



Pero emigrar no es solamente de humanos: el hombre huye hacia donde hay mayores esperanzas de vida. Las aves, los insectos, los peces, todo lo que se mueve y respira emigra hacia en busca de comida y un mejor techo.
Los haitianos han huido siempre por eso. Pero los gobiernos dominicanos y los empresarios agrícolas y de la construcción, para pagarles bajos salarios, emplean la mano de obra haitiana en detrimento de miles de obreros y empleados dominicanos: siete dólares es el jornal por día que les pagan. ¿Y qué son siete dólares norteamericanos respecto a un peso dominicano que ronda los 42 por cada dólar? Son 294, una suma que no da apenas que para comer harina de trigo con colas de bacalao, porque así se evitan los haitianos comprar la sal para salcochar esa cosa que comen ellos y que llaman ‘dompling’.
Los dominicanos calificamos de soberana la sentencia del TC, pero aspiramos a que no sea excluyente, a que sea aplicada con el mismo rasero para todos los hijos de extranjeros nacidos en mi país después de 1929, año en que fue tomado como referencia por la propia resolución del organismo; porque si bien es cierto que echamos a los haitianos para ser libres, no menos cierto es que esos ‘blanquitos’ venidos de tan lejos nunca, jamás, han hecho nada por la dominicanidad, que no sea para saquearnos y matarnos inmisericordemente. No queremos haitianos indocumentados, pero tampoco judíos, libaneses, cubanos, chinos y desde otras partes igualmente de ilegales; porque esos chinos que andan en mi país hasta nos envenenan impunemente con un ‘pica pollo’ cocido en aceite más negro que ese petróleo mexicano que brota del vientre del Golfo de México, que separa al Caribe con esta gran nación azteca.
Y nos sentimos mal muchos dominicanos que aún resistimos los embates de la desinformación y del grupismo, pero aún nos quedan fuerza para no dejarnos arrastrar por lo mediático y aspirar a ver un mundo de ideas desde otros ángulos menos oprimidos y de menos opresores. Aceptamos la sentencia, a pesar de que más de 350 mil descendientes de haitianos quedarán apátridas (Qué ignominia!), porque ni serán de Haití ni tampoco de República Dominicana, país que les niega su derecho a otorgarles actas de nacimiento, un crimen que ni siquiera comete Estados Unidos, donde el que nace en su territorio, no importa que sea hijo de un inmigrante ilegal el padre o la madre, de hecho, automáticamente, es un ciudadano norteamericano.
Los racistas de mi país solo abogan por la ‘camiona’ (vehículo en el cual los trasladan a la frontera) para los haitianos y se olvidan de los inmigrantes judíos, turcos, libaneses, sirios, españoles, cubanos y chinos que también deben ser considerados apátridas, y ¿por qué lo hacen? Porque esos son ‘blanquitos’, y el problema de los dominicanos es que nos consideramos seres superiores a los haitianos, no obstante algunos escudarnos en el cristianismo, ese concepto religioso y filosófico que no admite superioridades de razas, ni de hombres, y que nos mide a todos con la misma vara del perdón y a todos por iguales.
Gracias, señores representantes y amigos de América Latina, por permitirme estas palabras, gracias a esta Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) que una vez, en 1998 me permitió entrar a sus aulas para cursar una Maestría y así ver el mundo de esta manera humilde, humana y sencilla que lo veo; gracias a este solemne auditorio, gracias nueva vez hermanos latinoamericanos, y quisiera despedirme de ustedes con estas palabras que las siento al igual que todas mis palabras: ¡Qué feliz me siento de estar nuevamente en México, en este Zócalo tan antiguo y, sin embargo, tan lindo; de calles amplias y adoquinadas testigo de tanta historia! 
No les den las gracias a España, dénselas al Emperador Maximiliano, que fue igual de cruel como los españoles con los aztecas, pero al menos murió queriendo a México!! (Tony Pina)


No hay comentarios.:

Publicar un comentario